Cuando murió en Amiens el 24 de marzo de 1905, Julio Verne dejó sin corregir una novela que su hijo Michael -que lo sobrevivió dos décadas- se encargó de retocar (bastante mal, por cierto) y darla a conocer. Efectivamente, "El faro del fin del mundo" fue publicado en julio de ese año en un volumen rústico y en forma de folletín en una revista de educación de Francia. No hace mucho recordamos en esta misma columna que los libros finales de Verne reflejaron como pocos el pesimismo a ultranza de su autor. Mencionábamos, en ese sentido, obras como "Amo del mundo", "La sorprendente aventura de la Misión Barzac" y "El eterno Adán" De cierta manera, "El faro del fin del mundo" –uno de sus mejores libros- se encuadra en ese estado de ánimo llevado al papel. Como se recuerda, el relato ubica al lector en el extremo sur de la Argentina, donde los tres cuidadores del faro (en realidad dos de ellos son asesinados y uno se salva), con la ayuda de un náufrago, entran en guerra con un puñado de piratas.
La novela de Verne transcurre en un lugar que el escritor francés no conoció salvo por mapas y relatos de navegantes, y luego transformó en un sitio de privilegio de la literatura: la actual Isla de los Estados. Su historia verdadera, riquísima y menos pública, arranca en 1616, cuando los holandeses Jacques Le Maire y Willen Schoutten la descubrieron y el primero la bautizó Staten Land como homenaje a la corona de su país, ya que Staten se denomina el parlamento de los Países Bajos. Esto, por esas cuestiones que nunca se terminan de entender, lo llevó de cabeza al calabozo de un barco, y el marino murió en alta mar, como seguramente le hubiera gustado dados sus antecedentes. Apenas tres años más tarde, el rey de España envió a los hermanos Nodal para constatar el descubrimiento, lo cual como advertirás tiene un insoportable olor a mentira en esos tiempos de piratas.
Desde entonces, decenas de viajeros - entre ellos Luis Piedrabuena - pasaron por las cercanías o desembarcaron en esa especie de lagarto del Atlántico sur; lo denominaron de diferentes maneras; lo hicieron aparecer y desaparecer de los mapas. La isla fue frecuentada por corsarios, naúfragos, pescadores y otros aventureros de alta mar. Naufragios y sangrientas peleas de loberos se pierden en su historia, que era casi desconocida hasta que Verne la ubicó - lo cual resulta paradójico - en el territorio de la ficción. En 1971, una película dirigida por Kevin Billington y protagonizada por Kirk Douglas, Yul Brynner y Fernando Rey, no aportó demasiado a esta historia más rica en las letras y en la vida real que en la pantalla grande. En 1991, la Constitución de la Tierra del Fuego, la Antártida e Islas del Atlántico Sur, declaró a la Isla de los Estados, Isla del Año Nuevo e islotes adyacentes como Reserva Provincial Ecológica, Histórica y Turística. Para concluir diremos que el faro que inspiró la obra de Verne no existe desde fines del siglo XIX. No hace mucho, en el mismo lugar fue levantado otro. Ni éste ni aquel, ubicados en un sitio poco visible, sirvieron demasiado. Por eso, con el correr de los años, en los alrededores se construyeron otros. Más útiles, pero menos famosos.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)
ANTIGUA FOTO DEL FARO DE LA ISLA DE LOS ESTADOS. SIN FECHA. |