Aunque durante años se dudó de su existencia, María del Socorro Téllez López había nacido el 25 de abril de 1926 (algunos dicen 1927) en Viavélez, Asturias, y no muy lejos de allí se murió 81 años más tarde. Sin embargo, siempre será conocida como Corín Tellado, la escritora que jamás nadie soñó que recibiría el Nobel, ni el Asturias, ni el Cervantes, ni cualquier otro premio por el que babean los más grandes narradores. Si es cierto que en vida, el gobierno español le otorgó la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Parece un chiste -y tal vez lo sea-, pero a ella, que se llamaba "una esclava de la máquina", le encantó. Y la verdad que es que si alguien se merecía ese galardón era esta mujer que parecía salida de una película de Almodóvar, que nunca miró televisión, que se la pasaba escuchando radio, que escribió a los 17 años su primera obra -"Atrevida apuesta"-, que jamás usó computadora, y que nunca paró de darle que darle a las teclas de su Lexicon.
Sólo para tener una idea, Corin Tellado superó las cinco mil novelas, a razón de una cada dos días, aprovechando el consejo de Goethe quien afirmaba que sólo existen 47 temas de amor para escribir. La asturiana, con una empedernida repetición de lugares comunes se convirtió en el sinónimo de la novela rosa, en su más emblemática escudera. Llegó a figurar en el Libro Guinness como la autora más leída en la historia de la literatura castellana, con más de 4.000 títulos y unos 400 millones de ejemplares vendidos. Una exageración desde el lugar por dónde se lo mire. Sus obras son sencillamente espantosas.
En su vida personal, Corin Tellado se jactaba de no haber tenido sexo con nadie durante más de cuarenta años, y añadía que el único que tuvo en su vida fue para parir a dos hijos con un marido que jamás amó. Guillermo Cabrera Infante, siempre tan acertado, la definió como "una pornógrafa inocente". Precisamente en 1979 -entendiste bien, en un año- escribió 26 novelas editadas por la colección especial Venus, de Bruguera, con relatos eróticos. Para no escandalizar a sus lectores, lo hizo con seudónimo, Ada Miller y Ada Miller Leswy, y en varios reportajes, ya blanqueada la autoría, reconoció que no le gustaron para nada esas obras. "Les faltaba alma, ternura, matiz interior y no profundicé en los personajes", decía. Estuvo a punto de morirse varias veces y siempre se salvó. Hasta que el 11 de abril de 2009 se cuerpo dijo basta. Ignoro si alguien la lee en la actualidad.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)