En el lejanísimo octubre de 1934, Roberto Arlt -tal vez el único escritor y periodista imprescindible de nuestra cultura, o el iniciador de la novela moderna argentina según Ricardo Piglia- ya había publicado varias de sus obras más importantes. Entre ellas sus novelas "El juguete rabioso", "Los siete locos", "Los lanzallamas" y "El amor brujo", sus cuentos de "El jorobadito", además del estreno de su obra de teatro "Trescientos millones". Todos saben que como hombre de prensa ya deslumbraba a los lectores de El Mundo, Proa y otras publicaciones con sus "Aguafuertes porteñas". Sin embargo, aunque era el chico mimado del periodismo, la plata no le alcanzaba para llegar a fin de mes. Le pasaba dinero a su madre, a su primera esposa y a su hija Mirta. Para colmo, la crítica académica no lo tomaba en serio como autor de novelas y cuentos.
En sus noches de insomnio, la mente de Arlt escupía proyectos, meditaba salvaciones tan locas como las de sus personajes literarios. Soñaba con inventar una imperecedera rosa de cobre o un método para teñir perros multicolores. Un día se aferra a la idea de unas medias irrompibles de mujer. Apela a su pasión por la química y postula una fórmula: recubrir una superficie de tela con una película de goma -delgada y transparente como la piel misma- para mantener los hilos juntos. El 17 de octubre de 1934 patenta la idea, por la cual recibe el certificado número 42.950 que deja constancia: "Medias con punteras y talón reforzado con caucho y derivados". Entonces se aboca a conseguir un socio capitalista. Nadie lo toma en serio. Le miente a su madre -o no- y le dice que ha logrado interesar a un inversor.
Pasa un lustro y arrastra en su delirio a Pascual Naccarati, un actor del Teatro del Pueblo que interpreta a los personajes del escritor. A Elías Castelnuovo le cuenta que "las fábricas ya están instaladas". La verdad es que "las fábricas" son una pieza en Lanús, en la que funciona ARNA (Arlt y Naccarati), que en poco tiempo le da forma a las medias que un amigo define sin piedad: "Parecen botas de bombero". Es casi el personaje de una de sus aguafuertes, o peor aún, una réplica de Erdosain o de Silvio Astier. Hace unos años, su segunda esposa, Elisabeth Shine de Arlt, habitante de un geriátrico porteño, me contaba riendo: "Las medias no servían. La gente le decía que mejor se dedicara a escribir y no perdiera el tiempo con eso. Pero él seguía ilusionado con su invento". La verdad es que Arlt nunca dejó la literatura.
El lunes 12 de enero de 1942, a los 42 años, Arlt vuelve a la oficina de patentes con un formulario en el que introduce mejoras. Ahora se trata de "un nuevo procedimiento industrial para producir una media de mujer cuyo punto no se corre en la malla" y el número de patente es el 53.075 Su mujer lo critica, le dice que la plata no alcanza y que él podría aprovechar que escribe sus artículos en media hora y hacer otra cosa . El escritor no hace caso y en tono admonitorio comparte con su hija Mirta: "Tendrán que usar mis medias o andar sin medias en invierno". La verdad es que apenas le quedó tiempo para soñar con su triunfo como inventor. El 26 de julio de ese año, un infarto dejó a nuestro país sin uno de los pilares de su literatura y a un soñador empedernido de rabiosa inventiva, cuyas cenizas fueron arrojadas a las aguas del Delta. Obviamente, con la importancia que tenían para él, aquellas medias, en la actualidad, apenas son una anécdota.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)