19 mayo 2014

Django Reinhardt, en un aniversario de su muerte


Por Humberto Acciarressi

Dicen que murió en Fontainebleau, Francia, el 16 de mayo de 1953. Aunque, como diría Borges, tal vez se traten de "entelequias fraguadas en la Boca". La verdad es que la vida de Jean Baptiste Reinhardt, es decir Django, tuvo mucho de misteriosa desde que nació en un carromato de gitanos que por entonces paseaban y puchereaban por Bélgica. Este guitarrista sin igual, que padeció como pocos los rigores de la vida, no sabía leer música, pese a lo cual se convirtió en el más influyente de los intérpretes de jazz europeos y marcó -y aún lo sigue haciendo - a varias generaciones. Su vida trazó una parábola extraña, fantástica para quienes lo admiran, pero terrible para él. A tal punto que no llegó casualmente al mundo del jazz.

Django, que hacía música desde muy chico cuando un vecino le regaló un banjo, un día retornaba de una presentación. Su esposa había hecho con celuloide una gran cantidad de flores, con la esperanza de venderlas al día siguiente. La escena podría parecerse al final de "Inglourious Basterds" de Quentin Tarantino, con la diferencia que Reinhardt ignoraba lo que pasaría. El músico creyó oir una laucha, encendió una vela, cayó una chispa sobre los rollos de celuloide y en segundos toda su casa ardía como un infierno. Marido y mujer se salvaron, pero Django quedó con la parte derecha de su cuerpo seriamente dañada y su mano izquierda devastada. Cuando quisieron amputarlo se negó, y durante su recuperación, para gloria de los que amamos su música, se dedicó a escuchar discos de Louis Armstrong, lo cual lo introdujo en el mundo del jazz estadounidense.

En 1947, William Gottlieb obtuvo un retrato de Django. En éste, el guitarrista, con un cigarrillo en la boca y una sonrisa introspectiva, se mira su destrozada mano izquierda o los dos únicos dedos que podía utilizar de ella. Mientras, con la derecha puntea un tema que la imagen -como es obvio- no perpetuó. Es una foto perfecta, si tal cosa existe. Es, además, un homenaje a ese instrumentista y compositor de sangre gitana, como también lo es la película "Dulce y melancólico" de Woody Allen y la memorable interpretación de Sean Penn, ese falso documental con un músico llamado Emmet Ray. Y ya que estamos podemos mencionar, también, el gran tributo que le dedicó el maestro de dibujantes Hermenegildo Sabat en su libro "Dos dedos".

Hay -decíamos- muchos misterios en la vida de Django. Mientras su música era un símbolo de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial y sus hermanos de raza, los gitanos, eran condenados a los hornos crematorios de Hitler, se cuenta que el fue protegido por un nazi enamorado de su música. Sea por incierto o por piedad, el tema nunca se aclaró del todo. Se cuenta que, aunque casi todos los guitarristas del jazz lo consideraban un maestro, él alardeaba más de la cuenta. Sea como sea, eso bastó para que Duke Ellington lo convocara a los Estados Unidos. Aunque había vivido una eternidad, cuando murió apenas tenía 43 años. Es casi unánime la opinión que sostiene que desde aquel lejano mayo de 1953, en Europa nadie pudo cubrir el sitio que dejó vacante.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)