27 abril 2012

Hallan el Punto G en una muerta de 83 años


Por Humberto Acciarressi

El conocimiento humano es doblemente atractivo. Por lo que sabemos y por lo que ignoramos. Ya no quedan dudas de que la Tierra es redonda, que no hay dulce más rico que el de leche y que los Simpsons son amarillos. Aún no sabemos si existieron los unicornios, si el chupacabras es bueno o malo, o si es cierto que Elvis está vivo y juega al póker con Gardel, en Memphis o en un perdido poblado colombiano. Lo cierto es que cuando se revela un misterio se siente un gozo mezclado con un toque de desilusión.

Uno de los mitos más persistentes y enlazados con la vida cotidiana, contrariamente a lo que muchos creen, no es la existencia de cadáveres de extraterrestres en el Area 51. Ni siquiera si dentro de ALF había un enano. El misterio cumbre desde 1950, cuando se lo mencionó por primera vez, es la existencia del Punto G, centro del extremo placer femenino ubicado dentro de la vagina. Se sabe de gente que se ha pasado la vida buscándolo, casi tanto como al Yeti.

Ahora, para tirar el misterio por la borda, un científico estadounidense dice haber dado con el famoso Santo Grial del sexo. Tal vez cansado de probar en mujeres vivas, el especialista resolvió buscarlo en una señora muerta a los 83 años. Halló una pequeña cavidad que antes no había detectado y da por sentado que descubrió la Atlántida. Lástima que la pobre mujer no está en condiciones de contar sus experiencias sexuales ni si cuando el científico la hurgaba sintió un placer superior al normal. Justamente, de acuerdo a otros expertos, es allí dónde radica el lado más flojo del estudio.

Justamente porque una de las cuestiones en las que descansa el mito del Punto G es en que no todas las mujeres lo tienen, o que decididamente no lo posee ninguna. Y que -coincidiendo con el sentido común- tal vez nos sea lo más científico experimentar con una octogenaria fallecida. No porque a los 80 no se pueda sentir placer, sino que parece poco probable el disfrute sexual de un muerto. Y no lo digo como científico, dado que no lo soy.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)