"Silla, silla, silla, ¿dónde estás silla?". Durante media hora el pobre tipo estuvo dando vueltas por la oficina, hablando en voz alta, causando primero la risa y luego el temor de sus compañeros. Finalmente, cuando algunos ya recomendaban llamar al neuropsiquiátrico por lo que entendían un brote psicótico, vieron al sujeto sonreír mientras arrastraba la silla hacia su escritorio. Nunca supieron dónde estaba, pero él la encontró gracias a mencionarla en voz alta. Al rato repetía: "Lapicera, lapicera, lapicera...". Ya nadie le prestó atención.
Lo que ninguno sabía es que el tipo no estaba loco. Al contrario. Según un estudio, encontramos las cosas más rápido cuando las mencionamos en voz alta y eso aumenta el nivel de inteligencia. Claro que esto tira por la borda siglos de subestimar a quienes hablan solos. Si hasta a Sócrates, cuando decía que charlaba con su Daimon, lo miraban de reojo. Y ni mencionar a los que fueron a parar a la hoguera hasta un par de siglos atrás, por decir palabras en voz alta sin destinatario alguno.
Al final, estos presuntos estúpidos eran como Forrest Gump, que parecía un imbécil y sin embargo... No. No es un buen ejemplo. El estudio señala -y me consta- que la gente mira las góndolas y habla sola. Hasta donde yo sospechaba estaban todos locos, pero en realidad lo que hacen es mencionar la cosa para que "se haga visible" (textual, estudio de marras). Tampoco es cuestión de pararse en los estantes de vinos y decir en voz alta: "Un bife ancho, un bife ancho". No funciona así.
Lo que debemos tratar ahora es que de esto no se entere todo el mundo, que ya bastante caótico es ¿Te imaginás miles de personas hablando solas y en voz alta en la calle, en los medios de transporte, en los supermercados, en los cines? ¿O a un tipo caminando por la vereda repitiendo "mujer, mujer, mujer"? Un castigo bíblico. Bastantes pavadas ya escucha uno cuando la gente habla normalmente como para dar rienda suelta a esta teoría.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)