Por Humberto Acciarressi
Stephen Hawking se ha pasado la vida estudiando los grandes enigmas del cosmos. Sobre algunos reveló incógnitas, sobre muchos otros dejó sembrado el camino para que otros completen sus investigaciones. El autor de "El universo es una cáscara" y "Brevísima historia del tiempo", que cree que el Gran Colisionador de Hadrones (mayor acelerador de partículas del mundo) puede revolucionar el conocimiento científico del universo, confiesa que hay algo sobre lo que no sabe nada.
Efectivamente, para el científico inglés, que vive en su silla de ruedas y habla gracias a un sintetizador de voz, que se casó y divorció dos veces (en la foto con Jane, su primera esposa), el más grande misterio del mundo es la mujer. E incluso confiesa que le dedica "la mayor parte" de sus pensamientos "durante el día" a las mujeres. Esto puede interpretarse de dos maneras, que hasta pueden ser concordantes. Una, que Hawking es igual que cualquiera de nosotros, por más que no tengamos la más pálida idea de lo que es un Gran Colisionador de Hadrones. La otra es que -como sostenía Pascal- hay razones del corazón que la Razón no entiende.
Tampoco es cuestión que te agrandes y comiences a recorrer el barrio haciéndote el conocedor del universo. En verdad, técnicamente, Hawking es un genio y nosotros, al lado suyo, tenemos el intelecto de un marsupial. En lo que atañe a mí, ni siquiera sé cómo se explica que se haya convertido en una de las más grandes mentes de la historia a pesar de su tremenda enfermedad. Lo que arrojan las palabras de Hawking es algo que -en esto no es original- vienen sosteniendo los poetas desde los tiempos en que un humanoide semierguido dibujaba en las cuevas de Altamira. Esto es que la mujer es un misterio. Incluso es misterioso que muchas de ellas se ofendan al leer algo así, aunque en el fondo les guste. Cosas tan raras no se constatan en un planeta enano, en un agujero negro o en el gran diseño del universo. Además, todo ser sensato sabe que la mujer es un misterio que mejor no resolver.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)