Por Humberto Acciarressi
Tratemos de respetar la investigación científica. Intentemos creer que un estudio realizado a 24 personas pueda generalizarse a los 6.751.643.600 habitantes del globo. Esforcémonos para aceptar que la música, la más completa y sutil de las artes, sirva como medicina, y hasta que se vendan CDs con receta triplicada en la farmacia de la esquina. Hagamos el intento de suspender la credulidad, como pretendía Colerigde para abordar una obra de arte. Hecho esto, analicemos la siguiente noticia: un estudio a 24 sujetos sometidos a música clásica (Beethoven y Bach por un lado; tres fragmentos de óperas de Verdi y Puccini por el otro) determinó que un aria del creador de La Traviata hace bien al corazón.
Un crescendo musical, dice el trabajo, acelera el "bobo", sube la presión y estrecha los vasos sanguíneos. Es decir, si una obra fuera puro crescendo (algo imposible), no uno, sino todos los espectadores morirían en la sala. Pero una pieza tiene diminuendos. Y estos relajan, bajan la tensión arterial y disminuyen las palpitaciones. En ese caso, una ópera puro diminuendo acabaría con los espectadores en el piso, con bradicardia y lipotimia. Claro, como Verdi combina perfectamente los crescendos y los diminuendos, estos expertos dicen que es el mejor remedio para el mal cardíaco. Disculpen mi ignorancia, pero nada parece más cercano a un susto seguido de una caricia, multiplicado por mil y a un ritmo vertiginoso. Por si las moscas, si vas a la ópera lleva atenolol, aspirinas y enalapril. Y ante cualquier duda consultá a tu médico.
(Publicado en "La columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)