Por Humberto Acciarressi
La hija es, sin duda, una buena persona. Por eso Anat -ese es su nombre- compró un colchón en un comercio de Jerusalen y tiró el viejo a la basura. Ver, sin hacer nada, como la madre duerme en un jergón maloliente que parece la cucha de un perro callejero no habla bien de nadie. Y ahora mamá tendría un sitio cómodo para dormir. Naturalmente debe haberle resultado extraño que la anciana no sólo no le agradeciera el colchón nuevo, impecable, mullido, sino que además saliera corriendo sin rumbo. Más tarde, con los ojos no tan desorbitados como los de su madre, se enteró que dentro del colchón había... ¡un millón de dólares!. Entonces la que salió corriendo fue ella.
Las noticias malas hay que darlas rápido: en el corralón de descarga, el colchón ya no estaba. Junto a tres mil toneladas de basura se había ido rumbo a uno de los dos desiertos cercanos al Mar Muerto. Mientras se escriben estas líneas, centenares de personas revuelven en basurales de Tel Aviv y otras ciudades de nombres bíblicos, con la esperanza de un milagro. Y entre ellos la viejita, que no se resigna.El momento más temible será cuando, a la noche, deba enfrentarse al nuevo colchón.
Los cables consignan que la hija le dijo a la madre -que había ahorrado esa plata durante toda su vida- que "hay que tomar todo en su justa medida y agradecer a Dios por lo bueno y lo malo". Luego del lugar en el que está el colchón, el mayor enigma en este momento es saber cuánto tardará la viejita en asesinar a la nena.
(Publicado en "La columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)