Como vos sabés, Roberto Arlt es uno de los más grandes escritores y periodistas en lengua castellana del siglo XX. Sus novelas, sus cuentos, sus aguafuertes (las porteñas y las otras) y sus obras de teatro, constituyen piezas que ningún lector debería eludir bajo ningún aspecto. Llamado en varios países europeos "el Dostoievski argentino", se anticipó en décadas a conceptos filosófico-literarios que luego adoptó el existencialismo francés, especialmente la vertiente sartriana. En una de sus obras más monumentales, me refiero a "Los siete locos" y a su continuación "Los lanzallamas", conviven algunos de los personajes más entrañables de las letras locales. Escribió Ricardo Piglia:"Arlt, lisa y llanamente, inaugura la novela moderna argentina. Porque tiene una decisión estilística nueva, quiebra con el lenguaje de ese momento. Es el primer novelista argentino, y el mayor, por donde se lo mire. Si la familia de escritores de cada uno se elige, elijo a Macedonio como padre y a Arlt como hermano mayor".
En lo que respecta a mí, cada tanto voy al sector de mi biblioteca desde donde siempre me llaman los autores nacionales, y saco algún volumen para enfrascarme en alguna larga o corta relectura. Hace un rato, ese azar a veces poco azaroso, me llevó a los estantes de Roberto Arlt, y entre los tomos de ese sector a "Los siete locos". Abrí el libro en la página 43 de la edición de 1968 de Fabril Editora (un volumen de los años 40 no lo quiero tocar mucho para resguardarlo) y, como anillo al dedo, me encontré con el párrafo en donde el Astrólogo le presenta a Erdosain a El Rufián Melancólico (obviamente, me resultó imposible no recordar la interpretación que Sergio Renán hace del cafishio, en la película de Torre Nilsson). Te recuerdo el pasaje:
"(...) -Erdosain, le voy a presentar a Arturo Haffner.
En otra oportunidad, el fraudulento le hubiera dicho algo al hombre que el Astrólogo llamaba en su intimidad el Rufián Melancólico, quien, después de estrechar la mano de Erdosain, se cruzó de piernas en el sillón, apoyando la azulada mejilla en tres dedos de uñas centelleantes. Y Erdosain remiró aquel rostro casi redondo, con laxitud de paz, y en la que sólo denunciaba al hombre de acción la chispa burlona, movediza,en el fondo de los ojos, y ese movimiento de levantar una ceja más que otra al escuchar al que hablaba. Erdosain distinguió a un costado, entre el saco y la camisa de seda que usaba el Rufián, el cabo negro de un revólver. Indudablemente, en la vida, los rostros significan poca cosa (...)"
Roberto Arlt
(Fragmento de "Los siete locos")