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16 julio 2015
El hombre del Bronx que archivaba cosas imposibles
Por Humberto Acciarressi
Alguna vez escribimos sobre él. Los más jóvenes no lo conocen y, se los puedo asegurar, si lo hicieran se convertirían en sus fanáticos. Alguien dijo que parecía una foca; había sido periodista y embalsamaba mariposas, pero un día se puso a recopilar los hechos más insólitos de la humanidad. Para esto recorrió ávidamente decenas de bibliotecas, consultó diarios, revistas y anales de todas las épocas, y recopiló miles de acontecimientos inconcebibles. Cuando publicó "El libro de los condenados", en 1919, los círculos intelectuales de Nueva York se conmocionaron. Ignorado rápidamente por los académicos de la ciencia, la literatura se hizo cargo de este incómodo habitante del Bronx llamado Charles Fort, a quien H.P.Lovecraft consideró su maestro.
Este hombre tan raro fue un convencido de que la realidad siempre supera lo ya visto. Por eso la duda está en la base de toda su filosofía. Y no es para menos si se considera que en su trabajo obstinado encontró pruebas de la existencia de lluvias de animales vivos, de azufre o de carne; de cataclismos inexplicables o de inscripciones sobre meteoritos; de nieves de color negro o de soles y lunas azules o verdes. "Antes de las primeras manifestaciones del dadaísmo y del surrealismo - apuntan Louis Pauwels y Jacques Bergier - Fort introducía en la ciencia lo que Tzara, Breton y sus discípulos iban a introducir en las artes y en la literatura: la apasionada negativa a jugar un juego donde todos hacen trampas, la furiosa afirmación de que hay otra cosa".
Fort sabía que los científicos escondían datos, que se volvían locos toda vez que un episodio inverosímil aterrizaba en sus mesas de trabajo. Como era demasiado honesto para entrar en el juego, se abocó a retarlos a duelos imaginarios. Al final del capítulo primero de su Libro de los Condenados escribe: "... no parece aproximarse (la ciencia) a la consistencia, a la solvencia, al sistema, a la posibilidad y a la realidad, más que condenando lo irreconciliable o lo inadmisible. Todo iría bien. Todo sería admisible. Si los condenados quisieran seguir siendo condenados". En este sentido, puede decirse que Fort es un Robin Hood de los excluidos y su obra cumbre la venganza de un hombre honesto. Y en eso se le fue la vida, al punto que se casó con una mujer por su absoluta falta de interés intelectual.
Borges ha contado las tribulaciones de Carlos Argentino Daneri en "El aleph", punto en el que se encuentran todas las cosas del mundo. El propio autor de "Ficciones", en el prólogo a "La muerte y su traje" de Santiago Dabove, reconoció que "ni siquiera sabemos con certidumbre si el universo es un especimen de literatura fantástica o de realismo". Años antes, William Blake se había referido a ese grano de arena en el que confluye todo el universo, y Andre Breton, en el Segundo Manifiesto Surrealista, pudo escribir que "todo induce a creer que existe un cierto punto del espíritu desde donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de ser contenidos contradictoriamente". Todo eso nos lleva inevitablemente a "El libro de los condenados", un aleph libresco salido de la cabeza de Charles Fort, que aspìró a la enciclopedia más que a la obra literaria.
No le interesaban los hechos aislados sino las relaciones que pudiera haber entre ellos. Le fue mal. "El libro de los condenados" quedó suspendido en los arrabales de la literatura y su autor excluido para siempre del ámbito de la ciencia. Sus otros libros ("Tierras nuevas", 1923;"Lol", 1931 ;"Talentos insólitos", 1932) no pasan de ser una mera curiosidad. La Sociedad Charles Fort, fundada luego de la muerte del sabio acaecida el 3 de mayo de 1932, se disolvió en 1959 apartada de los principios forteanos. La revista "Duda", órgano de la entidad, corrió la misma suerte. En la actualidad, la vida y la obra de Fort son una ficha más de su vasto archivo, otro hecho maldito del que nadie se hace cargo. Como sus lluvias de sangre, sus gigantes, sus gnomos o sus platillos voladores, Fort es otro "condenado" que espera su reivindicación en este ingrato mundo de exclusiones.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)