10 julio 2015

Blade Runner y las ovejas de Philip Dick, siempre retornan


Por Humberto Acciarressi

Como sucede con los cuadros, la música, las palabras lindas y los buenos goles, uno no se cansa nunca de mirarlos y escucharlos, aunque en realidad habría que estirar la vista y el oído a todos los sentidos. Por millonésima vez acabo de ver "Blade Runner, la célebre película de Ridley Scott que ya marcha hacia su aniversario número 35 (en realidad fue estrenada en 1982). Como sucede con los clásicos, que siempre tocan los temas profundos del hombre y por eso golpean igualmente a distintas generaciones, confieso que me resulta imposible no verla como si fuera la primera vez. El buen arte concita enamoramientos eternos. Incluso no resulta raro que cuando se estrenó, en los Estados Unidos gobernados por Reagan haya sido un fracaso. En el resto del mundo -bastante convulsionado como siempre- encontró su lugar en ciertos círculos. En la Argentina se vivía (o se moría) la Guerra de las Malvinas.

Como ya sabés, esta película que hoy es de culto y que fue precursora del cyberpunk en el campo cinematográfico de la ciencia ficción, está basada en la novela de Philip Dick "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" y en ella -entre otros- trabajaron Harrison Ford, Rutger Hauer, Daryl Hannah y la hermosísima Sean Young, con la música ya clásica de Vangelis (curiosamente, muchos años más tarde, fue uno de los primeros films en ser lanzados en formato DVD). A pesar de la cantidad infinita de personajes similares dados por el cine en tres décadas, es difícil encontrar aquella originalidad en el planteo estético para contar la historia de los "replicantes" de la Tyrell Corporation, endiabladamente buscados en la ciudad de Los Angeles de un entonces lejano noviembre de 2019. Por supuesto, por carácter transitivo, Blade Runner consiguió que el cine pusiera los ojos sobre Philip Dick, uno de los más importantes escritores del siglo XX, quien con su obra excedió largamente los vaticinios de varios de sus colegas.

Libros como "El hombre del castillo" (Premio Hugo a la Mejor Novela de 1963), "Fluyan mis lágrimas, dijo el policía", "Confesiones de un artista de mierda" y "Una mirada a la oscuridad" (éstas últimas llevadas al cine), ya forman parte del canon de la narrativa del siglo XX. Es tan vasta la obra de Dick — sobre todo sus cuentos y novelas — que es casi imposible leerla completa sin dejar de lado momentáneamente a otros autores. Suele decirse que Blade Runner no respeta demasiado el libro. A veces ocurre, pero no es el caso. O por lo menos respeta lo que hay que respetar, lo que no es poco. Para finalizar, un dato no menor en la enigmática vida de Dick. El año en que se filmó y estrenó Blade Runner, fue el de su propia muerte por un infarto cerebral. Hay que decir que, lamentablemente, ese trágico episodio no le extrañó a casi nadie.

El autor dejó unas 40 novelas y 121 relatos cortos, en una maratónica carrera que fue desde su juventud hasta su adiós a los 53 años. Mientras, sus problemas nerviosos no lo ayudaron demasiado, especialmente con sus cinco matrimonios que culminaron en divorcios. Las anfetaminas y las drogas lisérgicas formaron parte de su gastronomía cotidiana. El escritor era un tipo singular hasta la locura, y no sólo metafóricamente. Medicamentos mal administrados, argumenta la ciencia, le provocaban alucinaciones visuales y auditivas. Sócrates ya había tenido su "Daimon" y Juana sus "Voces" como para meternos en un tema tan espinoso. En el caso de Dick, él llevó sus visiones al papel y eso debería ser suficiente, aunque reconocemos cierto egoísmo en este planteo de lector.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)