Por Humberto Acciarressi
Parece un sueño que hayan pasado más de dos décadas de aquella madrugada del 22 de diciembre de 1987 en que ocurrió lo inevitable: la muerte largamente postergada de Luca Prodan, el pelado más famoso del rock del país. Y sin embargo, a pesar de las apariencias, “Luca not dead”, o por lo menos así lo afirman los graffitis y la música de Sumo, la banda que pasó entre nosotros como una locomotora cuyo humo aún nubla las miradas. Con lo cual -una vez más y van...- hay que coincidir con Gardel en que veinte años no es nada.
Pero ¿quién fue realmente Luca? Posiblemente nunca lo sepamos. La biografía y la leyenda se confunden. Se sabe que nació en Roma el 17 de mayo de 1954 y que siendo joven se trasladó al Reino Unido, donde fue compañero de estudios del príncipe Carlos. En un mar de versiones se confunden deserciones al servicio militar, bohemias londinenses, viajes al Africa y una fuerte adicción a la heroína. Precisamente para escapar de las drogas pesadas, a comienzos de los ochenta Luca aceptó la invitación de un amigo argentino, Timmy McKern, a pasar una temporada en nuestros pagos. Y el pelado que todavía tenía pelo aceptó.
Luca, que había visto en vivo a las mejores bandas del mundo (suerte que a los argentinos nos llegó más tarde), desembarcó en Córdoba con un centenar de discos de Joy Division, The Cure, The Buzzcoks y naturalmente de los Sex Pistols. Con un conocimiento casi académico del reggae, del punk y del post-punk, al poco tiempo ya estaba decidido a formar una banda en estas tierras que nunca abandonaría.
Marginal, por momentos salvaje, con un dominio impar del escenario y una voz surgida de los vahos de la ginebra y el talento, Luca se metió en las tripas del público under desde el día en que se presentó en el Caroline´s de El Palomar, con Germán Daffunchio, Alejandro “Bocha” Sokol (de cuya muerte se acaba de cumplir un año) y Stephanie Nuttal, la joven baterista que el pelado hizo venir de Manchester. Más tarde llegarían Ricardo Mollo, Diego Arnedo, Roberto Pettinato y Alberto Troglio.
En la leyenda de Sumo no se pueden obviar las presentaciones en bares como el Zero y el Einstein, en Obras, en el Astros... Incluso estuvieron, para escándalo de algunos fans, en la televisión. La banda grabó en estudio apenas tres discos en vida de Luca (“Divididos por la felicidad” en 1985, “Llegando los monos” en 1986 y “After chabon” en 1987). También hay que incluir "Corpiños en la madrugada" (cronológicamente fue el primero, de 1983, pero apenas se hicieron 300 cassettes que se vendieron en un par de recitales, y recién fue reeditado, con otros temas agregados, en la década del noventa). "Fiebre" e innumerabales recopilaciones y placas piratas llegaron más tarde.
“Con los discos, como con los conciertos, me divierto”, le gustaba decir al Pelado, que ya era una leyenda antes de esa madrugada triste en que los forenses asentaron: “Paro respiratorio no traumático debido a un cuadro de debilidad cirrótica”. Y tan mítica se hizo su figura que de creerle a quienes dicen haber tomado ginebra con él, dos de cada tres argentinos se sentaron a su mesa. De historias como ésta se nutren los mitos.
Después de la muerte de Luca, Sumo se bifurcó en Divididos, Las Pelotas y Pachuco Cadaver. Pero ningún fan de Luca dejó de escucharlo en sus clásicos “La rubia tarada”, “Virna Lisi (TV caliente)”, “Una noche en New York City”, “Los viejos vinagres” o “Divididos por la felicidad”. Dos días antes de morir, se presentó por última vez en el Club Los Andes, en Lomas de Zamora, donde -tal vez presintiendo el final -repitió, para sorpresa de todos, un par de temas. Después llegó la madrugada fatal. De su casa de la calle Alsina, con el cuerpo de Luca aún caliente, saquearon sus guitarras, sus discos, sus libros. Una verdadera tropelía de fetichismo post-mortem.
Luca, que tenía 33 años cuando murió, tuvo muy poca vida entre nosotros los argentinos, pero eso sólo le bastó para ser mucho más que “alguien”. Existencia muy escasa, aunque intensa, en comparación con la huella que dejó. Efímero como una mariposa, cuando se consumió en su propio fuego comenzaron las versiones, se sumaron los datos, se inventaron itinerarios, se escribieron libros y se hicieron películas. Por todo esto es que decimos que tal vez nunca se sepa quién fue Luca Prodan. Y eso no está nada mal.
(Publicado en el suplemento de música "Te Suena", de La Razón, de Buenos Aires)
Parece un sueño que hayan pasado más de dos décadas de aquella madrugada del 22 de diciembre de 1987 en que ocurrió lo inevitable: la muerte largamente postergada de Luca Prodan, el pelado más famoso del rock del país. Y sin embargo, a pesar de las apariencias, “Luca not dead”, o por lo menos así lo afirman los graffitis y la música de Sumo, la banda que pasó entre nosotros como una locomotora cuyo humo aún nubla las miradas. Con lo cual -una vez más y van...- hay que coincidir con Gardel en que veinte años no es nada.
Pero ¿quién fue realmente Luca? Posiblemente nunca lo sepamos. La biografía y la leyenda se confunden. Se sabe que nació en Roma el 17 de mayo de 1954 y que siendo joven se trasladó al Reino Unido, donde fue compañero de estudios del príncipe Carlos. En un mar de versiones se confunden deserciones al servicio militar, bohemias londinenses, viajes al Africa y una fuerte adicción a la heroína. Precisamente para escapar de las drogas pesadas, a comienzos de los ochenta Luca aceptó la invitación de un amigo argentino, Timmy McKern, a pasar una temporada en nuestros pagos. Y el pelado que todavía tenía pelo aceptó.
Luca, que había visto en vivo a las mejores bandas del mundo (suerte que a los argentinos nos llegó más tarde), desembarcó en Córdoba con un centenar de discos de Joy Division, The Cure, The Buzzcoks y naturalmente de los Sex Pistols. Con un conocimiento casi académico del reggae, del punk y del post-punk, al poco tiempo ya estaba decidido a formar una banda en estas tierras que nunca abandonaría.
Marginal, por momentos salvaje, con un dominio impar del escenario y una voz surgida de los vahos de la ginebra y el talento, Luca se metió en las tripas del público under desde el día en que se presentó en el Caroline´s de El Palomar, con Germán Daffunchio, Alejandro “Bocha” Sokol (de cuya muerte se acaba de cumplir un año) y Stephanie Nuttal, la joven baterista que el pelado hizo venir de Manchester. Más tarde llegarían Ricardo Mollo, Diego Arnedo, Roberto Pettinato y Alberto Troglio.
En la leyenda de Sumo no se pueden obviar las presentaciones en bares como el Zero y el Einstein, en Obras, en el Astros... Incluso estuvieron, para escándalo de algunos fans, en la televisión. La banda grabó en estudio apenas tres discos en vida de Luca (“Divididos por la felicidad” en 1985, “Llegando los monos” en 1986 y “After chabon” en 1987). También hay que incluir "Corpiños en la madrugada" (cronológicamente fue el primero, de 1983, pero apenas se hicieron 300 cassettes que se vendieron en un par de recitales, y recién fue reeditado, con otros temas agregados, en la década del noventa). "Fiebre" e innumerabales recopilaciones y placas piratas llegaron más tarde.
“Con los discos, como con los conciertos, me divierto”, le gustaba decir al Pelado, que ya era una leyenda antes de esa madrugada triste en que los forenses asentaron: “Paro respiratorio no traumático debido a un cuadro de debilidad cirrótica”. Y tan mítica se hizo su figura que de creerle a quienes dicen haber tomado ginebra con él, dos de cada tres argentinos se sentaron a su mesa. De historias como ésta se nutren los mitos.
Después de la muerte de Luca, Sumo se bifurcó en Divididos, Las Pelotas y Pachuco Cadaver. Pero ningún fan de Luca dejó de escucharlo en sus clásicos “La rubia tarada”, “Virna Lisi (TV caliente)”, “Una noche en New York City”, “Los viejos vinagres” o “Divididos por la felicidad”. Dos días antes de morir, se presentó por última vez en el Club Los Andes, en Lomas de Zamora, donde -tal vez presintiendo el final -repitió, para sorpresa de todos, un par de temas. Después llegó la madrugada fatal. De su casa de la calle Alsina, con el cuerpo de Luca aún caliente, saquearon sus guitarras, sus discos, sus libros. Una verdadera tropelía de fetichismo post-mortem.
Luca, que tenía 33 años cuando murió, tuvo muy poca vida entre nosotros los argentinos, pero eso sólo le bastó para ser mucho más que “alguien”. Existencia muy escasa, aunque intensa, en comparación con la huella que dejó. Efímero como una mariposa, cuando se consumió en su propio fuego comenzaron las versiones, se sumaron los datos, se inventaron itinerarios, se escribieron libros y se hicieron películas. Por todo esto es que decimos que tal vez nunca se sepa quién fue Luca Prodan. Y eso no está nada mal.
(Publicado en el suplemento de música "Te Suena", de La Razón, de Buenos Aires)