Las pasiones no salen de la nada:pueden ser justas, arbitrarias, incomprensibles, compartidas y miles de cosas más. Pero no nacen de la nada. Y el caso de Sandro no es ajeno a esta regla sino que la confirma. Para rastrear el fenómeno del gitano más famoso de la Argentina -apenas para intentarlo, ya que las pasiones no admiten demasiado raciocinio- hay que retroceder en el tiempo.
Antes de ser el baladista romántico por quien las mujeres hicieron las cosas más descabelladas debajo del escenario, Sandro fue uno de los primeros íconos del rock argentino. De hecho, el gitano fue el más famoso de los imitadores de Elvis Presley que hubo en el país, y si llegó a la TV fue con algunos simples de puro rock and roll cantados en castellano. Sandro y Los de Fuego, tal el nombre, hoy es apenas un recuerdo, aunque bien debería ser una referencia obligada en la historia del rock del país. Como suele ocurrir, varias veces fue rechazado por las discográficas, hasta que en noviembre de 1963, en los estudios de CBS, el grupo grabó "Hay mucha agitación", cover del tema de Jerry Lee Lewis. Ese fue el comienzo de una carrera que incluyó unos 52 discos con más de 22 millones de placas vendidas, según los cálculos más sobrios.
De Los de Fuego saltó a The Black Combo (con su primer LP), pero fue entonces cuando le salió al cruce a Palito Ortega en un terreno donde el tucumano parecía invencible: las baladas románticas. Y fue allí donde Sandro se volcó a un género que cosechó con éxito gracias a los antecedentes rockeros: el de la pasión y el amor salvaje, frente al almibarado Palito. "Quiero llenarme de ti" contra "La felicidad", "Rosa, Rosa" ante "Despeinada". A Ortega, las madres lo querían de novio de sus hijas. A Sandro, lo querían de amante para ellas. Eso no impidió que en la naciente escena rockera lo criticaran, pero años más tarde, desde Patricia Sosa hasta Charly García, desde Javier Martínez hasta Attaque 77, los músicos lo pusieron en el cielo de los homenajes.
Cuando en los carnavales de 1970 cantó frente a 60 mil personas en el viejo estadio de San Lorenzo en la avenida La Plata, Sandro ya tenía varios discos en su cosecha y muchos más corazones ganados. Con el tiempo, su leyenda, su vida personal, su pasado siempre narrado en cuentagotas y su música, se fueron convirtiendo en una película en tiempo real con fanáticos (encabezados por quienes él llamaba "mis nenas") y detractores. El misterio de su música va más allá de lo estético y se adentra en lo sociológico. Lo que es claro es que no deja herederos. Tal vez quienes le tiraban sus bombachas al escenario sepan algo que nosotros ignoramos.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires, en el suplemento dedicado a la muerte de Sandro)