05 noviembre 2009

Montevideo a la medida del hombre



Por  Humberto Acciarressi

Curiosamente, los uruguayos -con una de las tasas de emigración más grandes del mundo en relación a su población- han tenido siempre la vista puesta del otro lado del río, en la capital argentina (el propio Onetti decía que su Santa María imaginaria tenía un 25% de Buenos Aires, e infinidad de artistas llegaron a consagrarse a nuestro país desde antes y después de Pedro Fígari). Y decimos curiosamente porque los porteños sentimos por Montevideo una fascinación que puede ser de diferente cuño, pero que no es menor. Más allá de rivalidades futbolísticas, hay entre las dos ciudades más cercanías que otredades, más imaginarios compartidos que diferencias imaginadas.

En ese marco, Montevideo es para los argentinos, en especial los porteños, el sitio ideal en donde seguir siendo uno, pero sin el estrés de la ciudad de Buenos Aires. El casco viejo de la capital uruguaya, la rambla que viborea sin poner obstáculos entre el río y los edificios, ese tono sin estridencias que no desentona con el andar cansino de sus habitantes siempre amables, y colectivos que se deslizan cordialmente por las calles, ya que los choferes que se apuran reciben multas. Una ciudad con todas las letras, apenas del otro lado del río, pero hecha a la medida del hombre. Sus habitantes, es cierto, no sienten lo mismo, o no lo perciben como quienes visitan la ciudad o como quién retorna del bullicio de Buenos Aires. Y por eso muchos se van, pero eso es motivo para otro tipo de reflexiones.

Ciudad en la que conviven los mitos del pasado y los que va urdiendo el presente, Montevideo se parece mucho a su Feria de Tristán Narvaja, en la que todos los fines de semana se codean viejos discos de pasta con electrónicos de última generación, revistas inhallables con loros parlanchines y tortugas tan indiferentes como prehistóricas. La capital del Uruguay es una especie de puerta a un mundo paralelo pero menos hostil. Aquel que quiera trajín y ruido, que elija otro destino. Montevideo, por suerte, ofrece todo lo contrario.

(Publicado en "Próximo destino")