07 noviembre 2009

Félix Luna, ya todo es historia


Por Humberto Acciarressi

En mayo de 1967, con una tapa roja y una reproducción de Juan Manuel de Rosas en la misma, en los kioskos de Buenos Aires salía el primer número de la revista "Todo es Historia", uno de los hitos más altos en la difusión masiva de esta disciplina en el país. Y lo hacía bajo la casi inigualable sentencia cervantina que se encuentra en las páginas del Quijote: "Historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir". Hasta ese momento, su director, Félix Luna, era poco conocido aunque ya tenía en su haber algunos libros memorables como las dos biografías "Irigoyen" y "Alvear", además de "Los caudillos", con una de las introducciones más conmovedoras que se han escrito sobre los enfrentamientos en la historia argentina.

Firmas como las de Rodolfo Walsh, Miguel Angel Scenna y Osvaldo Bayer (estos dos últimos publicaron sus primeros trabajos sobre la peste y los anarquistas -que los hicieron famosos respectivamente- en la revista de Luna), se mezclaban con las de algunos historiadores cuyas investigaciones eran bastante discutidas por revisionistas. Paralelamente al crecimiento de la publicación, el abogado, escritor y poeta Luna continuaba creando desde otros ámbitos de la escritura. De esa manera, mientras en las librerías iban apareciendo "El 45", "Ortiz", "Conflictos y armonías en la historia argentina", "Soy Roca", por citar apenas algunos, también dejaba correr su imaginación poética para la Cantata Sudamericana o Mujeres Argentinas, con música de Ariel Ramírez, con algunas piezas tan justamente recordadas como "Alfonsina y el mar", "Juana Azurduy" o "Rosarito Vera". Nunca olvidó que uno de sus primeros premios había sido obtenido por una ficción, "La fusilación", a fines de los años cincuenta.

Nada, absolutamente nada, que no hagan los divulgadores argentinos de la historia que se venden en la actualidad, no fue hecho previamente por Félix Luna. Fue, sin duda, el primer historiador mediático, aunque -a diferencia de otros que llegaron después- nunca su figura estuvo por arriba de lo narrado en sus divulgaciones. Y supo, antes que nadie, acercar esa disciplina tan difícil de conciliar con el presente -tan ardua y a veces tan escamoteada por intereses políticos- a la gente de la calle, al hombre común no acostumbrado a las parrafadas académicas. Con eso sólo ya ocupaba un lugar bien ganado en el campo de la intelectualidad argentina.

(Publicado en la sección Cultura de La Razón, de Buenos Aires)