Por Humberto Acciarressi
Se dice que escribe siempre, aunque hace cuatro décadas que no publica nada. Ahora, fiel a su costumbre, cumplió noventa años en el misterioso silencio que rodea cada uno de sus actos desde que a comienzos de los ´80 concedió una casi imperceptible entrevista. Greta Garbo de la literatura, Jerome David Salinger es impenetrable hasta en los más mínimos detalles. Poco le importa que su obra ícono, “El guardián en el centeno”, sea objeto de culto de varias generaciones (incluso que haya inspirado los actos del asesino de John Lennon, Mark Chapmann, o que sea el libro de cabecera de Bill Gates).
En 1974, teléfono de por medio, charló con Lacey Fosburgh del “The New York Times”. Fue allí donde dijo aquello de “vivo para escribir, pero escribo para mí mismo y mi propia satisfacción. No publicar me reporta una maravillosa sensación de paz. Publicar es una terrible invasión de mi privacidad”. Su manía de no dar señales de vida (que varias veces dio pie a la idea de su no existencia) no impide que se conozcan muchos aspectos de su biografía. Su intervención en la Segunda Guerra después del ataque japonés a Pearl Harbor; su papel activo en el desembarco aliado en Normandía; su efímera esposa Sylvia, funcionaria nazi de la que se enamoró después de detenerla; coincidió con la publicación de algunos de sus primeros relatos. Hasta que en 1951 apareció “El guardián...”, la novela que narra las peripecias de Holden Caulfield.
“Nueve cuentos” en 1953, “Franny y Zooey” en 1961, y “Levantad, carpinteros, la viga maestra y Seymour: una introducción” de 1963. Después, el silencio más absoluto. Hizo juicios para detener la publicación de biografías (lo que logró apenas a medias, ya que una de ellas, bastante buena, es la de Ian Hamilton), se convirtió en el inspirador de otros escritores, personaje de varias novelas y de alguna que otra película, y no se liberó de homenajes como el de Axl Rose en su álbum “Chinese Democracy”. Así, Salinger llegó a los 90 años en el más rotundo silencio.
Tampoco pudo evitar que tres mujeres hicieran un hueco en su muro. Una de ellas, Betty Eppes, le arrancó algunas frases para un entrecortado reportaje en los 80. Las otras dos fueron más certeras: su ex amante Joyce Maynard, y su hija Margaret “Peggy” Salinger, publicaron un libro cada una. Entre las cosas más leves que contó la “nena”, figura que a su padre le encanta beber su propia orina, que le pegaba a su esposa y que es adicto a la TV basura. Se sospecha, eso sí, que sigue escribiendo.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)
Se dice que escribe siempre, aunque hace cuatro décadas que no publica nada. Ahora, fiel a su costumbre, cumplió noventa años en el misterioso silencio que rodea cada uno de sus actos desde que a comienzos de los ´80 concedió una casi imperceptible entrevista. Greta Garbo de la literatura, Jerome David Salinger es impenetrable hasta en los más mínimos detalles. Poco le importa que su obra ícono, “El guardián en el centeno”, sea objeto de culto de varias generaciones (incluso que haya inspirado los actos del asesino de John Lennon, Mark Chapmann, o que sea el libro de cabecera de Bill Gates).
En 1974, teléfono de por medio, charló con Lacey Fosburgh del “The New York Times”. Fue allí donde dijo aquello de “vivo para escribir, pero escribo para mí mismo y mi propia satisfacción. No publicar me reporta una maravillosa sensación de paz. Publicar es una terrible invasión de mi privacidad”. Su manía de no dar señales de vida (que varias veces dio pie a la idea de su no existencia) no impide que se conozcan muchos aspectos de su biografía. Su intervención en la Segunda Guerra después del ataque japonés a Pearl Harbor; su papel activo en el desembarco aliado en Normandía; su efímera esposa Sylvia, funcionaria nazi de la que se enamoró después de detenerla; coincidió con la publicación de algunos de sus primeros relatos. Hasta que en 1951 apareció “El guardián...”, la novela que narra las peripecias de Holden Caulfield.
“Nueve cuentos” en 1953, “Franny y Zooey” en 1961, y “Levantad, carpinteros, la viga maestra y Seymour: una introducción” de 1963. Después, el silencio más absoluto. Hizo juicios para detener la publicación de biografías (lo que logró apenas a medias, ya que una de ellas, bastante buena, es la de Ian Hamilton), se convirtió en el inspirador de otros escritores, personaje de varias novelas y de alguna que otra película, y no se liberó de homenajes como el de Axl Rose en su álbum “Chinese Democracy”. Así, Salinger llegó a los 90 años en el más rotundo silencio.
Tampoco pudo evitar que tres mujeres hicieran un hueco en su muro. Una de ellas, Betty Eppes, le arrancó algunas frases para un entrecortado reportaje en los 80. Las otras dos fueron más certeras: su ex amante Joyce Maynard, y su hija Margaret “Peggy” Salinger, publicaron un libro cada una. Entre las cosas más leves que contó la “nena”, figura que a su padre le encanta beber su propia orina, que le pegaba a su esposa y que es adicto a la TV basura. Se sospecha, eso sí, que sigue escribiendo.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)