Fue poeta, ensayista, cuentista, novelista y ácido analista de la vida suburbana de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX. Fue, además, el creador de una de las sagas más extravagantes y multitudinariamente seguidas en el mundo literario: la de su personaje Harry Angstrom, "Conejo" para los lectores de John Updike, muerto de cáncer de pulmón hace unas horas. El autor de "Corre, Conejo", "El regreso de Conejo", "Conejo es rico" y "Conejo en paz" (con estos dos ganó dos Pulitzer), "Conejo en el recuerdo", e innumerables obras, escribió además "Las brujas de Eastwick" (llevada al cine impecablemente por George Miller, con Jack Nicholson en el papel de Daryl Van Horne y las bellas, bellísimas, Cher, Susan Sarandon y Michelle Pfeiffer como las aprendizas de hechiceras). En esta obra, Updike aborda los prejuicios enfermizos y moralistas de las pequeñas aldeas norteamericanas, tema que retoma en "Pueblos" (alguien lo llamó, acertadamente, "cronista del adulterio urbano").
La crítica hace rato que no venía tratando demasiado bien a Updike (fueron muy crueles con "Busca mi rostro", de la que se ha señalado que es su obra más feminista). Sin embargo seguía al pie del cañón, e incluso se dice que cuando escribió "Aún mirando" y "Terrorista" ya estaba muy enfermo. Pero más alla de estos detalles, el creador de "Conejo" hace rato que había ganado largamente un lugar entre los más importantes escritores de posguerra. No es casual que Margaret Atwood, decana de las letras canadienses, haya dicho sobre él: "Ningún escritor norteamericano ha escrito tantas obras de tanta calidad durante tanto tiempo". Y eso no es decir poco.
A continuación se reproducen dos preguntas con las respuestas de Updike, en un reportaje de hace algunos años:
"En medio de la soledad del proceso creativo, ¿hay momentos en los que su ficción se abre al lado más oscuro de las cosas?
Ciertamente, algunas de mis narraciones se adentran en el lado oscuro de la existencia. Son incursiones en las tinieblas que se ciernen sobre la isla de luz que es la vida, pero cuando estoy entregado en cuerpo y alma al acto de escribir, aunque el asunto sea trágico, siento un placer físico. Cuando estoy en pleno acto creativo y voy encontrando una a una las palabras que expresan lo que deseo decir, se apodera de mí una suerte de éxtasis (...)
¿Cómo definiría su estilo?
Cuando empecé a escribir me influyó el nouveau roman. Por eso mi primera novela, que publiqué a los 27 años, era bastante experimental, pero mi estilo, por el que mis lectores me reconocen, es esencialmente realista. Aunque en algunas novelas me he apartado de mi modo de hacer fundamental, siempre vuelvo a mis raíces e intento darle al lector un pedazo de la realidad. Creo que fue Nathalie Sarraute quien dijo que el sustrato que hace que todo se mueva es la realidad. La realidad está en la base de nuestros deseos, de nuestros pensamientos, de nuestros recuerdos, y los novelistas no somos sino comentaristas de la realidad. Decimos lo que en ella hay de maravilloso o de terrible o de misterioso. En ningún lugar me siento más cómodo que instalado en la realidad, cerca de la gente normal. Es de ellos acerca de quienes escribo, acerca de la clase media, ni los más ricos y privilegiados, ni los más pobres, sino el ciudadano medio, los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir día a día en la lucha diaria que es la vida cotidiana"