Por Humberto Acciarressi
Ya hemos escrito mucho sobre Carlitos Gardel y seguramente seguiremos haciéndolo. No es novedad que eso ocurra, cuando se trata de un cantor sobre quien se ha dicho, en palabras y tinta, más cosas que sobre cualquier otro. Y esto ocurrió en vida y se incrementó con su trágica muerte. José Ortega y Gasset sostenía : "Este muchacho pinta el dolor callado de la madre que sufre, con emoción tal que conmueve de verdad". "Salvo Gardel, nadie ha poseído la ciudad", precisó Florencio Escardó. "Jamás escuché una voz más hermosa", manifestó Bing Crosby. "Digan ustedes al público que con Gardel pierdo a uno de mis más simpáticos amigos, y que sepan que los países sudamericanos no tenían mejor representante entre nosotros", expresó Charles Chaplin al enterarse de la muerte del Zorzal en el aeropuerto de Medellín, cuando su avión se estrelló contra otro el 24 de junio de 1935.
Alguna vez escribimos que a diferencia de otros mitos populares argentinos que han trascendido las fronteras (el Che, Evita, Maradona), Gardel es el nombre de las coincidencias. Juan Carlos Onetti argumentaba con acierto que el cantor nacido en Francia pero argentino hasta la muerte, fue "parte inseparable de la genealogía de los pueblos del Plata". Pero más allá de las opiniones de las celebridades, nuestro pueblo acuñó hace 80 años una frase que, día a día, se comprueba de mil formas: "Cada día canta mejor". Lo biológicamente imposible se materializa con la voz de Gardel, a ocho décadas de su terrible muerte entre las llamas de un avión en la lejana Colombia. El fervor por Carlitos y su figura no disminuyó ni un ápice y se renueva con las nuevas generaciones. El rock lo hizo suyo, porque todo lo realmente popular al fin confluye en el mismo agraciado espacio. Si en vida lo admiraron desde Caruso (dijo "tiene un don inconfundible, dicción purísima, clara, perfecta") hasta las jóvenes analfabetas de los conventillos porteños, en la actualidad uno puede decir que no le gusta Gardel, pero jamás que es un mal intérprete.
Hay algo que nadie puede negar: en la vida de Gardel todo es misterio. El nacimiento, la educación, el prontuario policial, la sexualidad, la madre y hasta la misma muerte se han puesto en duda (durante años se dijo que había sobrevivido y vivía desfigurado en un pueblito colombiano). Todo esto enriqueció el mito, pero no añadió nada a una calidad anterior al día fatídico de Medellín. Sólo Gardel hace que sigamos mirando, una y otra vez, las pésimas películas en las que actuó tan mal, por el simple hecho de verlo y escucharlo cantar. La escena de "Cuesta abajo" en la que canta "Sus ojos se cerraron" está considerada una de las más emotivas de la historia del cine.
Para hacer más querible su figura, este artista que frecuentaba el Abasto pobre y las luminarias de la meca del cine de Estados Unidos con igual naturalidad, representa lo mejor de nosotros, que es la amistad que se cultiva con esmero y se disfruta por siempre. No estaba errado Miguel de Unamuno cuando, a pesar de su visión trágica de la existencia, dijo del Zorzal criollo: "Es el mito alegre del alma porteña". Para finalizar un dato que no todos conocen: por su muerte, que conmocionó al mundo, se cerraron las salas teatrales y cinematográficas de la Argentina y de toda América. Cuando cualquier extranjero camina las calles de Buenos Aires y siente que alguien exclama "Ese tipo es Gardel", sabe de qué se está hablando. Si se analiza esto se verá que no es un dato menor.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)