Claude Eatherly fotografiado por Richard Avedon |
Hiroshima, por la demencia de un presidente de los Estados Unidos más ambicioso que visionario, ya que abrió la caja de Pandora y sentó las bases de la Guerra Fría, dejó tantos dramas que difícilmente haya un acontecimiento tan radical en materia de cambios paradigmáticos. Se sabe, además, que la locura engendra más locura. Curiosamente, una de las víctimas de la tragedia de la primera ciudad bombardeada nuclearmente, la protagonizó el comandante Claude Eatherly. Durante casi veinte años, el aviador conmovió al mundo con los supuestos remordimientos que le había ocasionado tirar "el paquete" sobre la ciudad nipona. El militar ingresó en hospitales neuropsiquiátricos; soñaba con miles de personas que ardían en llamas; la esposa lo echó de la casa; varias veces fue detenido por la policía por robar en supermercados y falsificar cheques.
Resumiendo, después del aciago 6 de agosto de 1945, la vida de Eatherly fue un calvario, una larga pesadilla sin retorno que culminó con su muerte por cáncer en julio de 1978. Su caso fue tomado como un ejemplo de ética retrospectiva. Muchas veces, la gente cree lo que quiere creer. Y a veces se traga "el relato" que le inventan a la medida de los deseos escondidos. De tal manera, la realidad y la fantasía se confunden en la mente de quien inventa la historia a su antojo y por sus propios intereses, pero también en quienes necesitan creer en algo, aunque sea un disparate insostenible. En el caso de Eatherly, a quien muchos aún llaman "el piloto de Hiroshima", la verdad es que no fue el comandante que arrojó la bomba. El falsario ni siquiera integraba la tripulación del Enola Gay. En rigor, en aquella mañana sobre el cielo nipón, el delirante piloteaba un B-29 llamado Straight Flush, encargado de los partes meteorológicos.
Cuando la bomba barrió del mapa la ciudad japonesa e inauguró la era nuclear a las 8.15 de aquel 6 de agosto, Eatherly se encontraba a 362 kilómetros, en viaje de retorno a la base yanqui en Tinian. Años más tarde, varios estudiosos lograron determinar que el piloto había masticado sus frustraciones y las había convertido en delirios y delincuencia, no por haber tirado la bomba, sino por no haberla arrojado -leíste bien: su drama fue NO haber sido el verdadero asesino-. El comandante que sí arrojó la carga atómica sobre la metrópolis industrial fue Paul Tibbets, quien nunca se arrepintió de nada. Muy lejos de moralejas y falsas culpas, solía decir orgulloso: "La decisión fue la correcta. Jamás perdí una noche de sueño por aquella bomba". La ridícula "fama" se la llevó el loco Eatherly, que se inventó un "relato" de su vida y se lo vendió con cintas y moños a los crédulos.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)
PAUL TIBBETS, EL VERDADERO PILOTO DE HIROSHIMA, QUE JAMAS SE ARREPINTIO DE HABER LANZADO LA BOMBA ATOMICA SOBRE LA CIUDAD JAPONESA. |