Hans Christian Andersen, pobre de solemnidad en su infancia (su cuna la había realizado su padre con la madera de un ataúd), vivía de sueños en su Odense natal. Por eso a los catorce años viajó a Copenhage, donde aspiraba convertirse en bailarín, cómico o cantor. No pudo ser nada de eso. Trabajó en una fábrica, donde distraía a sus compañeros cantando o recitando fragmentos de obras escritas por él. Cuando resolvió estudiar a los veinte años tuvo que convivir con compañeros de diez. Alguien, en una oportunidad, se interesó por sus escritos. Así fue que editó el "Viaje al pie del canal de Holin" y cambió su vida. Mecenas generosos le solventaron viajes por el mundo, en los que fue puliendo -en la observación y la descripción- el acento maravilloso de sus cuentos.
Formado como autodidacta en las lecturas de Goethe, Hoffman y Schiller, Andersen intentó la dramaturgia sin éxito. No tuvo la suerte de James Barrie, que dió larga vida a Peter Pan desde un escenario. También escribió algunas novelas, unos interesantes relatos de viajes, poesías, y la autobiografía "El cuento de mi vida". Pero lo suyo estaba en otro lado. Durante una estancia en Inglaterra, buscó y obtuvo la amistad de Charles Dickens. Por lo que se sabe, el autor de la "Historia de dos ciudades" ejerció una gran influencia sobre Andersen, que adquirió un eficaz equilibrio entre la realidad y su desmesurada fantasía. Los eruditos aún no acuerdan sobre un dato casi arqueológico: los cuentos que escribió entre 1835 y 1872. Unos dicen que fueron 164, otros 168.
Ni Defoe con su Robinson Crusoe, ni Swift con Gulliver, ni Saint-Exupery con su Principito, y mucho menos los fabulistas, buscaron el público infantil, que sin embargo obtuvieron. Andersen quiso escribir para los chicos. La primera colección la edita en su país con el propósito en el título: "Cuentos contados a los niños". En su vastísima producción hay clásicos como "El patito feo", "El valiente soldadito de plomo", "La sirenita", "Las zapatillas rojas" y "Pulgarcita" (mujer y no varón como popularizó el cine). Andersen, como Perrault y los hermanos Grimm, tuvieron una especie de desgracia póstuma. Muchos de sus cuentos fueron y son editados sin mención de sus nombres, como si pertenecieran a la tradición oral. A pesar de sus desventuras, Andersen escribió en 1855: "Mi vida es un cuento maravilloso, marcado por la suerte y el éxito". Murió veinte años después, en 1875, en Copenhague. Ni siquiera se le hubiera ocurrido imaginar que sus cuentos se leerían en casi todas las lenguas del mundo. A veces -o por lo menos en su caso- la imaginación peca de modestia.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)