Por Humberto Acciarressi
Pocos y criticados, así podría definirse a quienes utilizaban el microblogging allá por el 2006. En la actualidad, los integrantes de la Old School (para definirlo en un lenguaje afin a los twitteros) ven como, cada vez más, personalidades del arte y la política se van sumando a esta red social. Con el mismo entusiasmo (cualquier usuario puede advertirlo) unidades de negocios, empresas y vendedores de buzones se metieron en la pajarera y apelan a insólitos recursos para conseguir followers ("seguidores", desde que en noviembre pasado se incorporó la traducción al español de la terminología del servicio).
La democratización de Twitter no debería impedir que también lo usaran los pequeños comercios. "El dulce de batata a cinco el kilo", podría twittear @elchinodelmercadito; "Aprovechá antes que se pudra", un imaginario @vendedordemerluza, o "Te ofrezco la mejor noche por lo que tengas", de @trapitodeconstitución. La comunicación twittera se extendió tanto que ya hay declaraciones de amor públicas (no por DM, mensaje directo que sólo lee el destinatario), separaciones y retos a duelos. Eso no se le escapa a los que buscan algo más que lo lúdico. Hace poco, un japonés se quedó sin papel higiénico en un baño de Akihabaray y se salvó de utilizar su camisa gracias a que lo twitteó. No parece faltar mucho para que haya que presentar una cuenta en Twitter en lugar de un curriculum para conseguir un trabajo. Todo es posible en la blogósfera.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)