Por Humberto Acciarressi
A casi 90 años de la creación de la Metro Goldwyn Mayer, al león más famoso del cine no le quedará más remedio que vivir al amparo de una sociedad protectora de animales, dado que no lo quieren ni en el zoológico. Poco le importará al rey de la selva, hoy destronado con la quiebra de la compañía cinematográfica, que todos sus compañeros se hayan quedado sin trabajo. Entre ellos, Ben Hur, el agente 007, el Hombre de Hojalata del Mago de Oz, Tarzán, Groucho Marx, Buster Keaton, Gene Kelly (por más que se moje agarrado a un farol en Cantando bajo la lluvia), Gigi, el doctor Zhivago, los hermanos Grimm y miles más.
Y el león de la Metro ahora tiene la autoestima más baja que Kafka. La jubilación no le salía nunca y ni siquiera podrá gozar de sus beneficios, porque nadie quiso comprarlo. Ya se había olvidado que cuando apareció por primera vez, y durante casi un lustro, fue un león que rugía...¡mudo! Más triste imposible. Pero Leo se sobrepuso a esa humillación.
Lo que pocos saben es que el león era bien real. Se llamaba Slats y procedía de Sudán. Era llevado a los estrenos en limusina y sus cuidadores firmaban autógrafos por él. Finalizó sus días en un hospicio para animales en 1936 y está enterrado en Long Hill, cerca de Nueva York. Si antes murió en la realidad, ahora lo hace virtualmente. Las dos veces de triste muerte. No le dejaron ni para comprarse pastillas para la garganta, hecha trizas después de nueve décadas rugiendo desde la pantalla.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)