Por Humberto Acciarressi
Ozzy Osbourne es un milagro en el sentido más estricto del término: un acontecimiento que rompe el orden natural de las cosas. Más de 40 años tomando cuatro botellas de coñac por día, metiéndose en el organismo más drogas que las que figuran en el vademecum secreto de la DEA y cometiendo tantos excesos que a partir suyo habría que reconsiderar la palabra. Eso sin contar con que desde su nacimiento, hace 61, años sufre una alteración genética similar al Parkinson, que le impide leer normalmente.
Ozzy se define a sí mismo como "un milagro médico", ha estado enchalecado varias veces en venerables hospicios (en una ocasión por intentar estrangular a su esposa), y aprovechó un encarcelamiento por robo para tatuarse él mismo, con una aguja de coser oxidada. Por mucho menos, la mayoría de los seres humanos estaría viendo crecer los rabanitos desde abajo. Ahora, frente a este fenómeno, un instituto científico le hará un estudio completo de su genoma para averiguar cómo es posible que siga vivo.
El doctor House se haría una fiesta con el caso de Ozzy y en los ya lejanos Expedientes X podría haber merecido un capítulo con Mulder y Scully. El misterio de Ozzy puede revelarse en los próximos tres meses, de acuerdo con lo anunciado. Quizás, ese cóctel mortal que ha sido la vida del ex Black Sabbath, simplemente no tenga explicación racional. Y, para él, hasta sería bueno que fuera así. Quién te dice que no sea inmortal.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)