Por Humberto Acciarressi
Grigori "Grisha" Yákovlevich Perelmán, célebre en el mundo de las matemáticas luego de haber resuelto la llamada "Conjetura de Poincaré" -uno de los grandes enigmas de las ciencias exactas- , está a punto de pasar a la historia por algo mucho más banal. Teóricamente, el lunes debería ir a recibir el Premio del Milenio, dotado de un millón de dólares. Pero Grigori, además de ser un genio, es un tipo original en toda la línea, un ermitaño sin concesiones. Mientras sostiene que se ha retirado de las matemáticas para no ser "un animal de zoológico", sus amigos dicen que intenta demostrar, con números y fórmulas, la existencia de Dios.
De una manera u otra, Perelmán ha dicho que no aceptará el premio, y consecuentemente el millón de dólares. Que lo reciba o no, la verdad no es demasiado importante para la ciencia sino para él, que vive con su madre, en un estado cercano a la pobreza, y comiendo de la pensión materna y de las clases de matemáticas que imparte. Lo realmente injusto es que, en un mundo superficial y materialista, está al borde de ser recordado como "el hombre que rechazó un millón de dólares".
Y ya que hablamos de matemáticas, curiosa paradoja la del genio en un mundo donde los mediáticos (es decir, famosos por estar y no por ser), acaparan la atención de la gente con sus vidas guionadas. Con plata o sin ella, el mundo avanza gracias a personas como Perelmán, de cuya mano los únicos gatos que comen algo son los animalitos domésticos.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)