Por Humberto Acciarressi
Anoche fue la inauguración oficial y, como suele ocurrir, todo es más acartonado. Hoy, sin embargo, se abren las puertas al público y entonces sí comienza realmente ese conglomerado de aconteceres que es la Feria Internacional del Libro. Durante varios días, por los pasillos coloreados de la Rural y sus calles con nombres de escritores, se hablará de libros, gente, películas, teatro, música, amores y algún que otro odio. Los lectores y los autores se cruzarán una y otra vez, y como suele suceder cuando la fama mediática no ha golpeado a las puertas, muchos de los primeros jamás reconocerán a los segundos. Unos se llevarán desilusiones y otros agradables sorpresas, y sí por lo menos cada persona se retira del predio con un libro bajo el brazo, el objetivo estará cumplido.
Hace ya mucho tiempo que todos aceptan que la exposición es más parecida al aleph borgeano que a la biblioteca soñada por él mismo Borges. Porque allí, realmente y parafraseando a Terencio, nada de lo humano resulta ajeno. Desde la legitimidad de las mesas de ofertas hasta las charlas sobre blogs, platos voladores, comidas exóticas o el sexo de los ángeles. Y no hay que ser Nostradamus para vaticinar las quejas de los visitantes por el precio de los restaurantes, o el cansancio de libreros, editores y trabajadores que hacen que esta megamuestra sea posible. Cuesta imaginar una Feria como ésta sin esas estridencias. Y tal vez por esto sea, simplemente, como debe ser. Ni más ni menos.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)
#Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2010