Por Humberto Acciarressi
Quedará en la historia como el hombre que retrató a las más grandes estrellas que tuvo el rock. Su muerte, ocurrida hace unos días, no impedirá que sus imágenes vivan, especialmente aquellas que ya son un ícono para varias generaciones. El poseído Hendrix del Festival de Monterrey de 1967, quemando su guitarra en medio de la orgía de sensaciones que se vivía en el ambiente, lo llevó al cielo de la fotografía profesional. En ese momento, James Marshall, Jim, inmortalizó a su tocayo violero (Hendrix se llama James Marshall, igual que él) y comenzó a forjar su propia leyenda en un ámbito propicio a estar poblado de mitos.
Este artista fallecido a los 74 años podía jactarse de muchas cosas. Por ejemplo, fue el único al que se le permitió entrar al camarín de los Beatles, en el último concierto de la gira final del cuarteto de Liverpool. Fue, además, el fotógrafo que acompañó a Johnny Cash a la cárcel de San Quintín, donde lo retrató con una actitud desafiante. Y fue nada menos que el fotógrafo oficial de Woodstock, con lo cual bastaría para que su nombre quedara en la memoria.
Ante su lente desfilaron los Rolling Stones, Janis Joplin, The Who, Jim Morrison, Bob Dylan (entre ellas, la que está cantando junto a Pete Seeger en el Festival de Folk de Newport en 1963) o Chuck Berry, por nombrar apenas a algunos, a quienes hay que añadir a grandes leyendas del jazz, como John Coltrane o Miles Davis. Jim Marshall fue un artista en cada acto de su vida y casi no hubo gusto estético que no se diera. Diseñó multitud de portadas de discos (unas quinientas) y hasta su muerte se mantuvo activo, con su cámara a cuestas, retratando a músicos como Ben Harper, Lenny Kravitz o Velvet Revolver. "Esta carrera nunca ha sido un trabajo; ha sido mi vida", escribió el fotógrafo.
En la mañana siguiente a su muerte tenía que presentar su nuevo libro, Match Prints (un trabajo conjunto con su colega Timothy White), en Nueva York. Una exhibición de los dos fotógrafos tenía previsto inaugurarse en el Staley Wise Gallery, en el Soho. Y paralelamente, en la Morrison Hotel Gallery, los visitantes veían una muestra de sus obras. Como se observa, hasta el último aliento estuvo haciendo de las suyas. Típico.
(Publicado en el suplemento de música Te Suena del diario La Razón, de Buenos Aires)
Quedará en la historia como el hombre que retrató a las más grandes estrellas que tuvo el rock. Su muerte, ocurrida hace unos días, no impedirá que sus imágenes vivan, especialmente aquellas que ya son un ícono para varias generaciones. El poseído Hendrix del Festival de Monterrey de 1967, quemando su guitarra en medio de la orgía de sensaciones que se vivía en el ambiente, lo llevó al cielo de la fotografía profesional. En ese momento, James Marshall, Jim, inmortalizó a su tocayo violero (Hendrix se llama James Marshall, igual que él) y comenzó a forjar su propia leyenda en un ámbito propicio a estar poblado de mitos.
Este artista fallecido a los 74 años podía jactarse de muchas cosas. Por ejemplo, fue el único al que se le permitió entrar al camarín de los Beatles, en el último concierto de la gira final del cuarteto de Liverpool. Fue, además, el fotógrafo que acompañó a Johnny Cash a la cárcel de San Quintín, donde lo retrató con una actitud desafiante. Y fue nada menos que el fotógrafo oficial de Woodstock, con lo cual bastaría para que su nombre quedara en la memoria.
Ante su lente desfilaron los Rolling Stones, Janis Joplin, The Who, Jim Morrison, Bob Dylan (entre ellas, la que está cantando junto a Pete Seeger en el Festival de Folk de Newport en 1963) o Chuck Berry, por nombrar apenas a algunos, a quienes hay que añadir a grandes leyendas del jazz, como John Coltrane o Miles Davis. Jim Marshall fue un artista en cada acto de su vida y casi no hubo gusto estético que no se diera. Diseñó multitud de portadas de discos (unas quinientas) y hasta su muerte se mantuvo activo, con su cámara a cuestas, retratando a músicos como Ben Harper, Lenny Kravitz o Velvet Revolver. "Esta carrera nunca ha sido un trabajo; ha sido mi vida", escribió el fotógrafo.
En la mañana siguiente a su muerte tenía que presentar su nuevo libro, Match Prints (un trabajo conjunto con su colega Timothy White), en Nueva York. Una exhibición de los dos fotógrafos tenía previsto inaugurarse en el Staley Wise Gallery, en el Soho. Y paralelamente, en la Morrison Hotel Gallery, los visitantes veían una muestra de sus obras. Como se observa, hasta el último aliento estuvo haciendo de las suyas. Típico.
(Publicado en el suplemento de música Te Suena del diario La Razón, de Buenos Aires)