Por Humberto Acciarressi
Primero lo primero: investigadores turcos y chinos ahora dicen que descubrieron el Arca de Noé en el Monte Ararat, donde la humanidad viene buscándola desde que se escribió el Antiguo Testamento. Uno de ellos manifestó: "No es 100% seguro que sea, pero sí pensamos que lo es al 99,9%". Un fanfarrón. Pero al margen de eso, lo real es que el tema podría ser serio... aunque también podría ser un delirio más en la larga lista de los anteriores "descubrimientos" del Arca.
Lo que sí hace este hallazgo es renovar este milenario asunto, sugestivamente a dos años del fin del mundo, de creerle a la profecía maya o a ciertos horóscopos. Más que preocuparnos por un conjunto de maderas podridas por el paso del tiempo, habría que prepararse para nuevas Arcas. Y, sobre todo, en hacernos un lugarcito en alguna de ellas, así sea disfrazado de oso, conejo o elefante. En cuanto a lo que uno salvaría, ¿será pecar de soberbia considerarse imprescindible para el futuro de la civilización? Y de ser así, ¿podremos evitar la risa de Noé y de las parejas de animales?
En un salvataje de esta naturaleza, el argumento que uno vale más que un hámster puede ser poco persuasivo. Sobre todo si uno aceptó vivir siempre como un animalito de laboratorio. Y colgarse un cartel con la leyenda "animal en extinción" es, para calificarlo levemente, indigno. Habrá que asumirlo, en Arca ajena no habrá lugar para nosotros. Es cuestión de correr a la carpintería y comenzar a martillar. Pero incertidumbres al margen, podemos plantearnos qué llevaríamos en ese Arca hipotética. Acá entra a jugar el gusto de cada uno.
Decididamente, libros, discos y películas resultan más útiles que una pareja de paramecios. Los amores, la familia, los amigos y las mascotas no deberían quedar afuera. Sí marginaríamos a las moscas, las cucarachas, los gusanos y las víboras, y no nos referimos únicamente a los animales, sino a sus epígonos humanos. Panqueques, dulce de leche, gaseosas, poetas, mariposas, cómicos, milanesas de pollo (no de los de Evo Morales), una Lexicón 80 y muchas resmas de papel... La lista siempre será arbitraria, y por eso se desató el Diluvio clásico: la gente no suele ponerse de acuerdo en materia de gustos, y debido a esto muchas veces termina a los tiros. Por supuesto no llevaríamos armas, pero algún colado las construiría antes del final del viaje. Lo que se dice daños colaterales.
(Publicado, con algunas variantes, en La Razón de Buenos Aires)
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