Es cierto que si uno observa el cuadro "Melancolía" de Edward Münch, si lee algunos de los escritos de los melancólicos románticos del siglo XIX, o -peor aún- se entrevera en las páginas de un tratado de psiquiatría, no piensa precisamente en gente con autoestima alta. Uno se inclina, en todo caso, en alguien quien, al decir de los versos de Miguel Hernández, "mira con cariño las navajas".
Hace poco, la psicoanalista francesa Françoise Davoine publicó el libro "Don Quijote para combatir la melancolía", lo cual parece un contrasentido, siendo el personaje de Cervantes uno de los melancólicos por excelencia de la literatura. Ahora, investigadores ingleses han arribado a una conclusión que derriba siglos de confusión: la melancolía "mejora la salud, aumenta la autoestima, fortalece lazos sociales y hace que la vida cobre más sentido". La conclusión no científica es que hemos sido engañados. Ned Flanders gritaría: "Mentirijillas".
Hace unos cuantos años, Ray Bradbury escribió un conjunto de relatos que agrupó bajo el título de "Remedio para melancólicos". Si nos guiamos por el espíritu, la pluma del escritor y el estudio científico que comentamos, hay que concluir que le arruinó la vida a millones. Entendelo bien: los melancólicos no necesitan remedio, puesto que son el remedio. Esta investigación es deprimente. Por suerte.
(Publicado en "La columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)