Por Humberto Acciarressi
Desde hace unas horas, es noticia en nuestro país la construcción de un muro que dividirá dos sectores de un par de municipios del conurbano bonaerense. La iniciativa es del intendente de San Isidro, Gustavo Posse, que comenzó a levantar una muralla casi con los mismos falsos argumentos que se han utilizado en varios puntos del planeta en el último siglo (y eso por no remontarnos en el tiempo, ya que hay decenas de otros ejemplos). Pero más alla de lo que diga el jefe comunal ("Ese lugar es un corredor del delito", entre otras cosas), todo el mundo sabe que lo que se busca es "resguardar" a los vecinos del aristocrático barrio La Horqueta de la presencia de los habitantes de la humilde Villa Jardín, en el municipio de San Fernando. Hasta el mismo gobernador de la provincia salió a decir que la medida constituye un acto de discriminación.
No vamos a hablar del miedo al otro en tanto distinto a uno, ni de análogos argumentos filosóficos que tratan de encontrarle un sentido a estos dislates que comienzan con muros y terminan en masacres. Y no vamos a apelar a la reflexión, dado que estamos frente a sociópatas que no entienden razones y que creen que las barreras de cemento y estar armados hasta los dientes, van a eliminar las diferencias sociológicas, culturales, étnicas, religiosas, políticas, etc, que hacen a la diversidad del mundo y que a ellos les molesta. En tiempos de la dictadura militar, un intendente cuyo nombre se perdió en la bruma de su propia intrascendencia, hizo sacar los bancos de todas las estaciones del subte, para que en ellos no durmieran los linyeras. Estoy seguro de que jamás se le pasó por la cabeza una forma racional de evitar la miseria.
Ahora, en el límite entre San Fernando y San Isidro, por el delirio de un intendente que ya anunció que "el muro no se detiene", centenares de vecinos están movilizados como debería estarlo cualquiera en su sano juicio ciudadano. Porque esto está más alla de cualquier argumento partidario. Se trata de civilización y barbarie, en un terreno en el que los bárbaros son los que levantan muros de discriminación. Y que no vengan con estupideces como "su casa tiene paredes y nadie le dice nada", porque confundir el espacio privado con el público es propio de orfandad de neuronas.
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