"The original of Laura".Ese el nombre de la última novela de Vladimir Nabokov (1899-1977), ahora en poder de su hijo Dimitri. Así como Virgilio y Kafka pidieron que quemaran sus libros tras sus respectivas muertes, el autor de "Lolita" habría encargado el incendio de su obra inédita. Nunca lo sabremos, pero es lo que dice el hijo. Queda, en todo caso, ver cómo reacciona el susodicho heredero: si como los amigos del romano o como Max Brod desobedece el mandato (algo que ya parece seguro), o si se convierte en un piromaníaco digno del Farenheit de Bradbury.
En tanto, no huelga recordar que estamos a cinco décadas de la publicación de "Lolita" en Francia y en inglés, muy lejos de Rusia y del idioma de Nabokov. La audacia del editor Maurice Girodias, el escándalo y la censura en sitios tan distantes como la URSS y la Argentina de aquellos años, son hechos bien conocidos. Las Lolitas del cine incrementaron el frenesí de los puritanos. Dolores Haze, que con sus mascadas de chicle y su trato áspero vuelve loco al torturado Humber Humber, fue al cine en un par de oportunidades. Primero, de la mano de Stanley Kubrick con James Mason y Sue Lyon; luego, Adrian Lyne optó por Dominique Swain para el papel de la nena y el inefable Jeremy Irons como el profesor desesperado.
Mientras se dilucida si lo del hijo es un ardid publicitario, no está de más recordar que Vladimir Nabokov fue mucho más que su escándalo. Coleccionista de libros y cazador de mariposas, fue un escritor de vida plácida y algunas páginas inquietantes. Huyó de Rusia y anduvo por Francia, Nueva York y Alemania. Obras como "Desesperación", "Invitado a una decapitación", "Mirá los arlequines" o "Pálido fuego" merecerían mayor difusión de la que tienen.
Podría agregarse que Nabokov no iba al cine ni tenía televisión, no asistía a reuniones sociales y, naturalmente, jamás las organizaba. O que en el umbral de su muerte en la apacible Suiza de los quesos y los relojes confesó: "No necesito amigos que lean mis libros. Prefiero a la gente alegre con sentido del humor". Podrían, por cierto, agregarse muchas cosas. Y siempre quedaría mucho por decir.