Por Humberto Acciarressi
Fue llamado "el ojo del siglo XX", lo que no es poco en un mundo dominado por la imagen. Fue esa mirada la que se apagó allá por agosto de 2004, en la localidad francesa de Cereste, cerca de ese Mediterráneo que amaba desde que tuvo noticias de haber sido concebido por sus padres en un hotel de Palermo. Pero Henri Cartier-Bresson —a diferencia de su amigo Robert Capa, muerto al pisar una mina en los prolegómenos de la guerra de Vietnam— pudo disfrutar intensamente sus 95 años.
El fotógrafo —fundador con Capa, David Seymur y George Rodger de la mítica agencia Magnum— era un obsesionado de las cámaras Leica, asociadas al fotoperiodismo de los 40. Pero Cartier-Bresson fue un paso más allá. Un poco por su relación con la pintura, ya que siendo joven fue alumno del artista cubista André Lhote. Otro poco por sus incursiones en el cine, que cultivó de la mano de Jean Renoir, con quien realizó un documental sobre la Guerra Civil Española.
Cartier-Bresson fue cazador en Costa de Marfil, coqueteó con el surrealismo de los años 30, fue prisionero de los nazis en 1940, se escapó en 1943, y se dio el gusto de inmortalizar con su Leica la liberación de Paris. Gandhi, Guevara, Picasso, Matisse, el matrimonio Curie, la entrada de Mao en Pekin, fueron algunos de los hechos y personalidades que registró la mirada de quien sostenía que la cámara "es la prolongación del ojo".
En 1954 fue el primer reportero occidental en entrar a la Unión Soviética. Veinte años después, abandonó la fotografía y retomó su antiguo amor por la pintura. En algún reportaje confió que aborrecía los flashes, que no se consideraba un artista y que deseaba que sus imágenes fueran miradas con sensibilidad. "La foto —argumentaba— es para mí el impulso espontáneo de una atención visual perpetua, que capta el instante y su eternidad. El dibujo elabora lo que nuestra conciencia ha captado de ese instante. La foto es una acción inmediata, el dibujo una meditación". Sin embargo, su nombre siempre estará asociado a la fotografía. A pesar de Cartier-Bresson, los caprichos del destino suelen ser más fuertes que los de los hombres.
(Publicado en "La Razón" de Buenos Aires)