Por Nora Abdala
Durante muchos años cierta orientación de la crítica literaria se ha obstinado en desatender la impronta biográfica que los escritores deslizan en su producción poética.En el caso particular de Pablo Neruda, resulta imposible desoír las huellas de una existencia que atestigua los vaivenes de un siglo atormentado en andar y desandar caminos.De la vanguardia a la postmodernidad, el poeta chileno recorre, en vida y poesía, todo el temblor que convulsiona a la subjetividad contemporánea.
Hans Georg Gadamer, el filósofo hermeneútico, entusiasta buceador en la tarea de comprensión de la obra de Paul Celan, se pregunta en su libro Quién soy yo, quién eres tú acerca de la tarea del lector. En referencia al aporte que se obtiene a partir de las comunicaciones biográficas con el fin de lograr una amplificación del sentido, surge en su perspectiva una cuestión radical: ¿qué debe saber el lector? Gadamer arriba a une respuesta sencilla: debe saber cuanto necesita y puede soportar. Lo que quiere decir es que una interpretación debe obedecer a todo aquello que un oído poético puede soportar sin provocar el ensordecimiento de la escucha del poema.
Ahora bien, frente a la lectura de Pablo Neruda, ¿cómo soportamos la determinación biográfica que él mismo ha establecido y creado a partir de contraseñas biográficas en toda su obra? La pregunta es si esa lectura condicionada por la biografía que el poeta determina (en sus memorias casi ficcionales de Confieso que he vivido, Memorial de isla negra, etc.) ofrece claves para descifrar algunos aspectos de su obra poética.Puede afirmarse que sí. La poesía de Neruda es un constante codificar, un constante cifrar la propia experiencia. Y este arduo trabajo lo ha realizado con la laboriosidad de un coleccionista.
Muy conocida resulta esta faceta del poeta que desplegó en el ámbito de sus tres casas chilenas, hoy destinadas al recuerdo de su memoria. Precisamente, a partir de la exhibición de su exuberante colección de objetos, puede decirse que ese anclaje material diseminado en un espacio definitivo, representa el registro de una verdadera cifra del planeta.Rafael Alberti, su amigo poeta, describe los rasgos de esta condición vital: "…en todas partes donde él pasaba dejaba su imborrable huella, su imagen de poeta caprichoso, infantil, de coleccionista obsesionado, de sus ansias de llevarse consigo todo aquello que le gustaba o impresionaba a su imaginación".
Desde muy joven, Pablo Neruda se dedicó a coleccionar libros, haciendo toda suerte de sacrificios y, poco a poco, llegó a formar una de las bibliotecas particulares más valiosas existentes en América.Cuando en 1952 regresa a Chile, luego de una larga estadía que lo llevó de Medio Oriente a Europa, vuelve a reunirse con su biblioteca abandonada. El reencuentro reaviva la intimidad perdida con lo volúmenes que habían sufrido un desorden propio de la orfandad adquirida.
Esta biblioteca recuperada era pródiga en documentos, manuscritos de escritores y libros admirables. Se encontraba poblada de ediciones príncipes de Quevedo, Góngora, Calderón, Lope de Vega, Cervantes, Juan de la Cruz, Santa Teresa, Garcilazo y Boscón. Había un incunable de Petrarca de 1484, varias ediciones del Dante del siglo XVII y abundaban las ediciones originales de poetas americanos: Rubén Darío, Vicente Huidobro, Enrique Banchs, todo Herrera y Reissig, etc. Dos manuscritos de Rimbaud, la primera edición de Los trabajos del mar, corregidos de puño y letra por Víctor Hugo.
Un año después de su regreso, el 29 de noviembre de 1953, Neruda decide donar su biblioteca completa y su colección de caracoles (reconocidoa mundialmente por la importancia de su variedad y clasificación minuciosa) a la Universidad de Chile. ¿Cual fue la razón de esta actitud? Puede encontrarse alguna justificación de este gesto despojado en el discurso que pronunciara en el año 1954 (al mediar su medio siglo de vida), año en que se efectiviza su donación. Sus palabras dan cuenta de una paternidad libresca que libera a sus criaturas generosamente a una vida más productiva en el seno de la interacción social.
Dice Walter Benjamín en su célebre artículo mencionado: "De todos los modos de procurarse libros, el más glorioso es escribirlos uno mismo". ¡Qué extraña coincidencia! Afincado nuevamente en su tierra, y en el mismo año, Pablo Neruda inicia la publicación de un ciclo poético que se despliega en cuatro libros, aparecidos en entregas sucesivas durante un lustro – de 1954 a 1959 -. Se trata del ciclo de las Odas elementales.Y esto es lo que va realizando el poeta con su obra: una verdadera colección en la que los temas y los problemas adquieren diferentes versiones. La profundidad se alcanza y resuelve en ciclos que resumen todas las variaciones. No en vano es posible distinguir que el poeta organiza su producción a partir de libros que no son el resultado de poemas dispersos reunidos al azar. Es el caso de las Odas elementales.
Que Pablo Neruda haya sido un coleccionista (de libros, de caracoles, de mascarones de proa, en fin de todo tipo de objetos testigos de su vagabundear por el mundo) no sería sino un simple dato biográfico, si no fuera por la correlación evidente entre esta pasión y su método de producción poética. El oficio de inventario obsesivo está siempre presente en el ciclo de las Odas. Su disposición, en estricto orden alfabético, recorre los cuatro libros: Odas elementales (1954), Nuevas odas elementales (1956), Tercer libro de las odas (1957) y Navegaciones y regresos (1959).
Esta nueva aventura, tras el trajinar épico del Canto General, inauguraba una prístina relación con el mundo terrestre y el mundo cósmico. En un período de relativa estabilidad política y emocional se dedicó a observar con mirada adánica su reconciliación con el suelo de su patria. Como un verdadero microscopio verbal, de detalle en detalle, de la “a” a la “z”, entabla una conversación con los objetos del mundo terrestre y doméstico, apostando en una carrera que dispara como una flecha hacia una meta antaño impensable de felicidad. Esta nueva mirada, por cierto también rebelde, se rige bajo el estatuto de la alegría (condimento indispensable de la armónica reconciliación) que registra en el contexto de una poesía sensorial, todo aquello que es inmediato y lejano.
En este largo inventario – no debe olvidarse que el ciclo de las Odas constituye en toda su obra poética el corpus más voluminoso – el poeta se convierte en el portavoz de las cosas del mundo, aunando el predominio de la solidaridad con las cosas concretas, y también con el compromiso político, sólo que de características líricas en tono menor.Sencillez, claridad, transparencia, las Odas articulan sus apetencias de troglodita: viejas lecturas, amigos y enemigos, aceptaciones y rechazos, los grandes temas de la lírica como la noche, el otoño, la lluvia, el pasado; pero también aquellas cosas triviales y cotidianas que pasan inadvertidas. Con espíritu burlón, levemente irónico, Neruda desarrolla una especie de humor blanco, francamente optimista.
Las Odas atestiguan una actitud positiva, una acción poética transparente, capaz de comunicar una totalidad más allá de la forma y la sustancia, algo así como un pan-humanismo de las realidades ya transitadas. Volvamos a Benjamín en relación con el aspecto mágico del coleccionista: "Es posible adivinar en los grandes fisonomistas – y los coleccionistas son los fisonomistas del mundo de los objetos – características de descifradores del destino. Basta observar a un coleccionista cuando manipula los objetos de su vitrina. Apenas los tiene en sus manos, su mirada los trasciende y mira más allá de ellos".
Desterritorialidad de la poesía y desterritorialidad de la realidad cotidiana. Un espacio anómalo para volver a nombrar.La escritora norteamericana Susan Sontag dice que bajo el temperamento nacido bajo el signo de Saturno uno puede ser, en el espacio, otra persona. A diferencia del tiempo, que es el instrumento de la constricción, de la inadecuación y de la repetición. El tiempo no nos permite mucha deriva, nos empuja por el estrecho embudo del presente hacia el futuro. Pero el espacio es ancho, henchido de posibilidades, de posiciones e intersección.
Así es como vemos la imagen eterna y terrenal de las Odas. En ese recoveco indeterminado del periódico, y de los libros después, Pablo Neruda representó un canto al desfile glorioso de las pequeñas y grandes cosas que viven y perviven con el ritmo sonoro de su demiurgo metrónomo de coleccionista.
(Publicado en "El Espectador de la Cultura")