21 abril 2016

El hallazgo de tres cuadros y el robo de obras por los nazis


Por Humberto Acciarressi

Tres pinturas de fines del siglo XV robadas por tropas nazis hace 75 años en el pueblo toscano de Camaiore, donde vivió el príncipe Félix, consorte de la Gran Duquesa de Luxemburgo, acaban de ser incautadas en dos residencias privadas de Milán. La historiadora del arte Paola Strada las describió como “de enorme interés por su carácter único y porque son de artistas considerados poco usuales en el mercado”. Este acontecimiento renueva el escandaloso negocio que los jerarcas nazis realizaron en torno a las obras de arte. Recordemos que hace unos pocos años, unas 1.500 obras de Picasso, Chagall, Renoir, Toulouse-Lautrec,Courbet, Matisse, Dix, Liebermann, etc, fueron encontradas en la casa en la que vivía en Alemania un anciano aparentemente inofensivo. El tipo era, en realidad, Cornelius Gurlitt, el hijo del marchant nazi Hildebrandt Gurlitt, uno de los brazos ejecutores de Hitler en materia de arte.

Este criminal y comerciante de arte dependía directamente de Joseph Goebbels, quien poco antes del fin de la segunda guerra tenía planeado vender las obras robadas en el exterior para conseguir divisas para el Tercer Reich. Hitler, que como ya sabés había sido un pintor frustrado y que treinta años antes de hundir al mundo en un baño de sangre había sido desairado por la Academia de Bellas Artes de Viena, no sólo pintaba pésimo. También tenía un gusto lamentable. Su cuadro preferido frente al cual se sentaba durante horas era un engendro parido por la obsecuencia de Hubert Lanzinger, que mostraba al Fürher montado a caballo con porte de gladiador teutónico. Fue el propio líder nazi quien ordenó la muestra inaugurada en Munich el 19 de julio de 1937, titulada "Arte degenerado", en la que se exhibieron 650 obras pertenecientes a 112 artistas de las escuelas cubista, expresionista, dadaista y surrealista, donde los cuadros eran escupidos por los fanáticos nacionalsocialistas.

Sin embargo, algunos de los lugartenientes más cercanos a Hitler solían encargarle a los generales que cuando tomaran una ciudad se llevaran todo lo que encontraran en sus museos o en las colecciones particulares. Sólo en el caso de Paris, el 30 por ciento de su arte fue a parar a las cuevas berlinesas. Apenas un dato más. Tres días antes del fin de la guerra, los aliados elaboraron un listado de pinturas y esculturas robadas y dieron a conocer una red de "comercio ilegal", como si durante el imperio del nazismo pudiera hablarse de algún tipo de legalidad. Uno de los antros del latrocinio fue la galería Fisher, de Lucerna, en Suiza, cuyos representantes estaban conectados con colegas del resto de Europa y de América latina. Entre los jerarcas nazis que negociaron con la firma helvética se encontraba el número dos del régimen, Hermann Goering, con fluida relación comercial con el marchand berlinés Indreas Hofer.

(Publicado en el diario "La Razón" de Buenos Aires)