Que hay destinos trágicos nadie lo duda. Que hay vidas que parecen salidas de una obra de Sófocles ya es más difícil, pero las hay. La de Emilio Salgari fue una de ellas. Y para colmo pasó los años de su biografía dedicados a dejar una obra que fue escrita para adultos, pero que la posteridad consagró para las lecturas de los más chicos. Había nacido en la italiana y shakespereana Verona el 21 de agosto de 1862 y aunque era un ferviente admirador de los aventureros y trotamundos, la mayoría de sus libros fueron escritos entre las pobres paredes de su casa -humilde a más no poder- y con el casi único objetivo de escapar de las penurias que pasaba su familia. Cuando era chico leí sus novelas en las páginas de la colección Robin Hood. Obviamente no tenía la menor idea de su atribulada vida, como sospecho que ninguno de quienes hicieron lo mismo.
"Los tigres de la Malasia", "Cartago en llamas", "El corsario negro", "Sandokan" son algunas de las 84 novelas e infinidad de relatos cortos que transportaban al lector a escenarios y aventuras maravillosas,y que hacían imaginar que su autor conocía al dedillo esos sitios de fábula. Todavía no sabíamos que apenas había realizado un par de viajes por los alrededores, ninguno tan lejos como aquellos celebérrimos de sus personajes. Mientras escribía y escribía a la luz de velas que se extinguían como la sal en el agua, su esposa Ida Peruzzi, a quien amaba con una intensidad abrumadora como a sus cuatro hijos, padecían hambre y enfermedades. Ella había sido actriz de teatro y él la llamaba cariñosamente Aída como la heroína de Verdi. El nombre de Salgari era famoso; sus novelas alcanzaban tiradas de cien mil ejemplares; y su miseria era desconocida por sus contemporáneos.
Salgari no sabía hacer otra cosa que seguir escribiendo por monedas que le daban sus desconsiderados editores. Cuando su mujer se desvaneció por el hambre, el escritor rogó por más dinero por sus obras e imploró por un plazo para el pago de sus deudas. Un mal día de abril de hace 105 años, la esposa enloqueció y tuvo que ser internada. Una semana más tarde, el 25 de abril de 1911, Salgari se recostó en un árbol en un bosque de Turín y se abrió el vientre según el rito japonés (ya tenía un fracasado intento de suicidio). Junto a su cuerpo encontraron tres cartas: a los hijos, a los diarios y a sus editores. En esta última escribió: "A ustedes que se enriquecieron con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria y peor, sólo les pido que en compensación por las ganancias que les dí, se ocupen de los gastos de mis funerales. Los saludo rompiendo la pluma". Siempre me pareció uno de los casos más conmovedores de la literatura.
(Publicado en el diario "La Razón" de Buenos Aires)