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10 noviembre 2015
Breton, la imaginación llevada a los extremos
Por Humberto Acciarressi
André Breton nació en 1896 y murió en 1966. Para decirlo de otra forma, siete décadas intensas, una vida apasionada y una de las mejores estéticas del siglo XX. El artista que escribió "no es por miedo a que nos llamen locos que pondremos a media asta las banderas de la imaginación" llevó su vida y su poesía a límites maravillosos. No es casual que Octavio Paz haya escrito que "las ideas de Bretón sobre el lenguaje eran de orden mágico y poseían una precisión y una penetración que me atrevo a llamar científicas". Este hombre alternaba una tranquilidad casi budista con temibles ataques de cólera, y también era amigo confeso del escándalo. Se agarraba a trompadas a orillas del Sena o besaba como un noble medieval la mano de las mujeres.
Breton estuvo en el frente durante la Primera Guerra Mundial, estudió medicina, se familiarizó con Sigmund Freud, participó del Cabaret Voltaire dadaista y más tarde se enfrentó con Tristan Tzara. Todos saben que su obra "Los campos magnéticos" fue una experiencia de escritura automática, que le dio algunas ideas para lanzar, en 1924, el Primer Manifiesto Surrealista. Allí sostiene: "Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas". Breton repudió el realismo, el objetivismo y la construcción psicológica de los personajes. Mucho de esto puede observarse en su novela "Nadja". Y en medio de todo rescata la obra de autores como Mallarmé, Hugo, Rimbaud, Chateaubriand, Sade, Swift, o Lautremont.
Su afiliación al partido Comunista le alejó muchos seguidores y le acercó otros. Su ortodoxia le valió perder grandes exponentes del arte del siglo XX, como Ernst, el propio Dalí, Duchamp, Aragon, Eluard o Artaud, entre otros. El mismo fue expulsado más tarde por los ortodoxos del comunismo, que nunca entendieron el surrealismo. Con errores por momentos mayúsculos, Breton siguió fiel a los escándalos hasta el día que decidió morirse. Sin embargo, su mayor fidelidad fue para su amada imaginación. Marcel Duchamp lo definió con poesía impar: "Era el amante del amor en un mundo que cree en la prostitución". No hay nada que se pueda añadir a estas palabras.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)