Por Humberto Acciarressi
En los últimos tiempos se han verificado poderes sanadores en cosas que, generalmente, son malísimas. Una de las más recientes fue la cafeína (ahora resulta que es buenísima para detener el Alzheimer e incluso se dice que hasta lo cura), aunque es más impactante lo que desde esta columna hoy denominamos "el poder curativo de la puteada". En el Reino Unido se ha probado científicamente que maldecir con entusiasmo y a los gritos, alarga la resistencia al dolor.
Pero el estudio también postula que en ese don atenuador de la dolencia está el origen, ya milenario, del extendido, rico y variado lenguaje de las malas palabras. Así que ya sabés: si te martillás un dedo, acordate de la tía del ferretero, del martillo o de cualquiera. Si te tropezás y te rompés la cabeza, mientras te traslada la ambulancia, evocá sin sutilezas el carácter anatómico de ciertas partes de las hermanas del camillero o del chofer. Si sos hincha de Huracán, seguí recordando el órgano genital de la madre de Brazenas por un tiempito más, porque el dolor es grande.
La lista es infinita y no hay censor ni moralista que valga. Lo que está probado por la ciencia ya tiene vía libre.Nadie tiene derecho a jugar con tu dolor. Y el que se quiera ofender, que se ofenda. Y si te duele que se ofenda, ya sabés lo que tenés que hacer para evitar el dolor. El estudio insiste en algo que no se debe desdeñar: "Decir palabrotas es un lenguaje emocional, pero si se emplea en exceso se pierde el vínculo emocional" ¿Entendés, bolú?
(Publicado en "La columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)