05 agosto 2007

William S. Burroughs, a una década

Por Humberto Acciarressi

Cada mañana, al levantarse en su casa de Kansas, el anciano William se tomaba una dosis de metadona y, si no estaba de humor, volvía a la cama. Con un revolver siempre a mano, a veces una escopeta, a la noche se iba a dormir temprano luego de haber bebido un poco de alcohol con amigos. Dos cosas hizo W.S. Burroughs hasta el día de su muerte, el 2 de agosto de 1997: la primera, meterse en el organismo cuanta droga se la haya cruzado en el camino. La otra, no parar de escribir. Los últimos días lo encontraron a pura metadona y pura escritura, aunque esta última haya sido en un diario en el que anotaba desde pensamientos profundos hasta trivialidades. Algo así como un blog, pero de papel.

Por su adicción a la heroína que le duró por más de veinte años, novelas como "El almuerzo desnudo" – una verdadera obra maestra, escrita en Tánger en una época de vuelos rasantes –, la cercanía con autores de la generación beat como Kerouac, Leary, Bukowski y otros similares, se pierde de vista que Burroughs siempre fue un poco más allá de la psicodelia y los delirios coloridos del LSD. "La máquina blanda", "El billete que explotó" y "Nova Express" – con las que completó la tetralogía – están cargadas de imágenes fantasmagóricas a pesar de la droga y no a causa de ella.De hecho, él era de los que creían que un adicto es un esclavo del sistema que lo sojuzga.

"Nunca pasa nada en el mundo de la droga", solía indignarse cuando los periodistas querían sacarle un panegírico de la misma. Que la experimentación, el surrealismo y la sátira constituyen algunos de los elementos más destacados de sus novelas, eso sí que es más importante que lo anterior. Es decir, igual que varios de sus contemporáneos, el abuelo William terminó siendo un viejito querido por sus adicciones menos que por su literatura. Para WB, el lenguaje es la primer traba de la que tiene que despojarse un ser humano. O dicho de otra forma, romper con él hasta constituir una verdadera revolución. El dilema es que "la cárcel perfecta es aquella en la que no sabes que estás dentro de una cárcel". El mismo llegó muy lentamente a despojarse del "virus", y recién en sus últimas obras. Y por lo menos llegó.