Su llegada al país forma parte de su leyenda, olvidada desde hace décadas. Fue por tiempos del Centenario, a bordo de un barco, cuando arribó desde su España natal en la tercera clase de la embarcación. En esa época, aún venía gente a la Argentina para "hacerse la América". En este caso se trataba de un muchacho de 18 o 19 años, llamado Nicanor Alvarez Díaz --nombre poco propicio para el arte--, que traía un escueto capital: un traje, dos camisas y cincuenta pesetas.
Se sabe que en su patria asturiana había publicado algún cuento, pero entre nosotros sobrevive como dependiente de zapatero y cajero en varios comercios. No estudia dibujo, pero un día se larga a realizar un cartel para un cine de Belgrano. Y agrega unas viñetas en la revista El Sarmiento, de José María Ramos Mejía. Su encuentro con la fama, sin embargo, se produce cuando --luego de una suerte de comedia de enredos-- recala en la redacción de La Nación, donde comienza a firmar sus trabajos como Alejandro Sirio.
Las cuatro décadas que pasó en el diario de los Mitre y su trabajo en la revista Plus Ultra (que encuentra a un Sirio en su mejor forma, casi en su madurez definitiva), lo convierten en uno de los artistas más destacados en su rubro. Pero el español no se contenta con diarios y revistas, y encara otras actividades que van desde la ilustración de "La gloria de don Ramiro" de Enrique Larreta, hasta dibujos de la Europa de entreguerras, que hoy están desperdigados y/o perdidos.
Sirio murió el 6 de mayo de 1953 y hay que señalar que su obra cayó en el olvido más rotundo. Unos años antes, Kraft había publicado "De Palermo a Montparnase", un libro único, bello y casi inhallable. Desde una exposición en Witcomb en 1931 hasta otra que organizó el Museo Larreta en 1987, casi no existió para nadie. Ni siquiera para sus jóvenes colegas. Ahora, durante una semana más, una exposición con unos setenta dibujos originales del artista, una amplia selección de las publicaciones que ilustró y material gráfico que devela "la cocina del oficio", puede ser visitada en el Museo Nacional de Bellas Artes. Es una buena oportunidad para conocer, por lo menos, una pequeña parte de una vasta obra hoy olvidada.