28 agosto 2007

Wanda Nara me tiene podrido


Por Humberto Acciarressi

Trato, en la medida de lo posible, de ser ecuánime. Por ejemplo, no voy a decir que Wanda Nara es una fea chica. Muy por el contrario, es lo suficientemente vulgar para gustarme un poco (esta es una regla que sólo utilizo con las mujeres que no llegan al coeficiente intelectual de una ardilla y que se jactan de cualidades físicas infartantes). Y esto, en lo que a mí se refiere, les puedo asegurar que es bastante. A diferencia del verso del tema de los Redondos ("... el lujo es vulgaridad, dijo..."), en el caso de Wanda "la vulgaridad es un lujo". Por ejemplo: varias "chicas-tapa" de Paparazzi, con más plástico y goma encima que la novia de Chucky, ni siquiera me llaman la atención. Como verán, sigo creyendo que la mejores mujeres son las que no se muestran en las tapas de las revistas de chismes. Aclarado este punto, pasemos al tema central.

Como ya dije, trato de ser ecuánime. Salvo su mentada virginidad luego desmentida y su supuesto affaire con Maradona, no sabía "Nada de Nara" de la tal Wanda. Y su vulgaridad, claro. Hasta que un día la escuché hablar. Yo estaba en un bar, tratando de concentarme en alguna lectura, mientras la voz chillona y monocorde de una conductora sonaba en un televisor sobre mi cabeza (es sumamente llamativa la costumbre de algunos propietarios de bares, de poner aparatos de TV casi sobre las mesas). Marqué el libro con una servilleta y me dispuse a soportar el programa: la conductora de voz insoportable, además tenía el pelo rojo. No se por qué, pensé en una instalación de Marta Minujin.
En medio de mis divagaciones, la colorada anunció un reportaje a Wanda Nara, que iba a revelar no sé cual arcano. Les ahorro la presentación, salvo que fue un conjunto de lugares comunes de la televisión actual. Y luego la chica comenzó a hablar. Leo la libreta de apuntes que siempre me acompaña, ya que no quiero faltar a la verdad: "No... nada... es redifícil... vos me entendés... tengo muchas tapas encima... bueno... vos entendés... y claro, nada...jua, jua...".

No era Beatriz Sarlo, decididamente tampoco Susan Sontag ni Elfriede Jelinek. Tal vez Yoko Ono, en la década del 60, luego de un ácido. "Salvo una que podría pelearle una final neurona a neurona, esta descerebrada no le llega a los talones a ninguna mujer que conozca", reflexioné. En eso estaba cuando siguió con su discurso: "Viste yo... está bien... nada... no me hago la víctima... no se... me saludan con rebuena onda... hay que ser profesional...". Era demasiado. Pagué y me fui.
Pero no todo terminó allí. En el taxi en el que iba al diario, el conductor -que escuchaba radio- me comentó mirándome por el espejo:

- Pobre chica esta Wanda, casi se mata.

- ¿Que Wanda?, ¿Wanda Nara?.

- Claro - me replicó el taxista, con toda la intención de decirme "claro estúpido"-, y encima lloró.

- Pero, ¿qué le pasó?

- Estaba patinando en televisión y se cayó.

Ustedes se explicarán las razones por las cuales insisto: estoy podrido de Wanda Nara.