17 febrero 2007

Afiches entre los escombros de la guerra


Por Humberto Acciarressi

La Guerra Civil Española fue, casi como ningún otro conflicto bélico, la suma de las pasiones. Los datos, escalofriantes, dicen que entre 1936 y 1939 se llevó un millón de vidas, inauguró la larga dictadura franquista y fue el prolegómeno de su hermana mayor, la desatada por Hitler y compañía. Las artes, naturalmente, no podían ser ajenas a ese imperio de las pasiones. Queda, como exponente supremo, el "Guernica" de Picasso. La obra inspirada en el bombardeo de la ciudad vasca por los aviones alemanes aliados a Franco, corrió mejor suerte que el hoy desaparecido mural "El campesino catalán en revolución", de Joan Miró. Ambos artistas, sin embargo, fueron la punta del iceberg de las artes plásticas puestas al servicio de la causa republicana. Asimismo, resulta imposible escamotearle a la guerra civil española la impronta de los intelectuales.

Aquella guerra fue mucho más que un mero dato geopolítico. Fue un concierto de imágenes en el que pueden figurar el fusilamiento de García Lorca en "su Granada", al decir de Antonio Machado, muerto a su vez durante el largo éxodo que siguió a la caída de Madrid en manos franquistas. O Miguel Hernández recitando sus poesías en el frente y agonizando más tarde en las cárceles de Franco. O bien el gigantesco Unamuno, muerto de tristeza luego de retrucar el "Viva la muerte" del general fascista Millán de Astray con su "Venceréis, pero no convenceréis". O Ernest Hemingway, George Orwell y John Dos Passos -por nombrar apenas tres intelectuales ilustres- escribiendo en las trincheras.

Paralelamente al arte mayor, el alto mando republicano apeló a la comunicación cotidiana, al slogan efímero, al panfleto multitudinario, al cartel callejero. Cuando la República lanzó su S.O.S al mundo, 35.000 brigadistas internacionales ingresaron al país y unos 50.000 españoles se dieron cita en las puertas de Madrid para defender la capital. En el caso de la cartelística fue igual: los encargados de la propaganda republicana hicieron la convocatoria y unos cien ilustradores - la mayoría con un promedio de veinte años de edad - acudieron al llamado. Eran artistas que sintetizaban, en un atrevido experimentalismo gráfico, algunas de las tendencias más revolucionarias de la ilustración.

El historiador del diseño Enric Satué ha escrito que "la única vanguardia artística en el mundo que enseguida fue del dominio público fue la española". Especialmente, puede añadirse, en el bando republicano. El propio Orwell, muchos años antes de su "1984" y de "Rebelión en la granja", escribió en "Homenaje a Cataluña" que "por todas partes se veían carteles revolucionarios, flameando desde las paredes sus limpísimos rojos y azules". Esos afiches hablaban desde los muros de las ciudades bombardeadas. Cuando llegó el final, lo que había sobrevivido a la metralla y a la sangre en las paredes utilizadas como patíbulos, se perdió bajo el hollín y el agua.

Unos dos mil carteles, sin embargo, escaparon a la destrucción bélica y al paso del tiempo. Son los que se encuentran en poder de la Fundación Pablo Iglesias, que los porteños pudimos ver hace un par de años en el Museo Nacional de Bellas Artes. Afiches originariamente ceñidos a una duración efímera, que al calor de las batallas podía ser de apenas un día o incluso horas. Sin embargo, ese arte de vanguardia aplicado a la cartelística ha pasado la prueba del tiempo. Mientras, otras guerras sucedieron a aquella. Igual de terribles, pero sin artistas para contarlas.

(Publicado en "La Razón" de Buenos Aires)