04 octubre 2015

Syd Dernley: el sadismo del último verdugo de Inglaterra


Por Humberto Acciarressi

En la columna de ayer - "La Pena de Muerte o el retorno a las cavernas"- mencioné al pasar a Syd Dernley, el último verdugo del Reino Unido, que estuvo en su cargo cuatro décadas y unos meses. Lo cité porque es autor de una frase que siempre me pareció escalofriante: "Había gente que me ofrecía dinero para poder asistir a una ejecución. Eso sí que es sadismo. Como no podían matar ellos, querían ver cómo lo hacía otra persona". Y eso me lleva nuevamente a dos autores de cabecera -Albert Camus y Arthur Koestler- a quienes también mencioné en la columna previa y quienes escribieron -no una, sino muchas veces- en contra de la pena capital. Los dos escritores coincidieron en su momento en que no existe ningún poder ejemplificador en la pena de muerte. Y ambos, de diferente manera, señalaron en sus textos que en la Inglaterra de 1886, de 167 personas que murieron en la horca, 164 habían visto por lo menos una ejecución.

En esos casos, obviamente, no había existido "el ejemplo" tan mentado por los defensores de la pena de muerte. Incluso Camus ironizaba al respecto: "Esas apacibles criaturas (los espectadores, aclaramos nosotros) son los que aportan el mayor porcentaje de homicidas. Muchas de esas gentes son criminales que se ignoran. Según un magistrado, la inmensa mayoría de los criminales que había conocido no sabían, mientras se afeitaban a la mañana, que iban a matar a la tarde". Pero volviendo al verdugo Dernley -que murió apaciblemente en noviembre de 1994 -, hay que decir que se jactaba de ser el más rápido de la historia con una frase que mete miedo: "No pasaban más de ocho segundos desde que el condenado salía de la celda hasta que su cuerpo se balanceaba en el hueco del patíbulo". Como ya habrás advertido, Syd era un enfermo minucioso, que además sostenía que el ahorcamiento "es el mejor de los métodos: eficaz, limpio y muy rápido".

En la columna previa contábamos que ya jubilado, Dernley jugaba con una soga y un patíbulo en miniatura. Y el juego -añado ahora- consistía en ejecutar muñequitos de trapo. Ese asesino a sueldo del estado y de las leyes inglesas hasta que la pena capital fue abolida, contaba tranquilamente que su día de trabajo era como el de cualquier otro buen ciudadano. La mujer ponía en su bolso un pijama y un equipo de afeitar, ya que solía llegar a las cárceles de noche, en la previa de la ejecución. "Me recibía el jefe e íbamos a espiar, por la mirilla de la puerta, al condenado. Después cenábamos", narró en sus memorias. Un verdadero sádico. Hasta el final de sus días, Syd disfrutó dando reportajes u ofreciendo charlas sobre sus andanzas. Contar sus experiencias le encantaba. Y jugar con su patíbulo de juguete, obviamente, le gustaba más que nada.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)

La Pena de Muerte o el retorno a las cavernas


Por Humberto Acciarressi

Poco antes de la guerra del 14, luego de atravesar las calles de la Argelia francesa, un hombre asistió -por primera vez en su vida- a la ejecución de un delincuente acusado de haber matado a una familia de granjeros. Se sumó a la gente enfervorizada por el espectáculo, vio caer la guillotina y regresó a su casa entre comentarios del público. Casi todos sostenían que la decapitación era un castigo demasiado indulgente. Finalmente llegó a su domicilio, entró, pasó entre su mujer y otras personas sin saludar, se tiró en la cama, se levantó con el rostro trastornado y vomitó. Muchos años más tarde, el hijo de ese asqueado padre de familia, nada menos que el ganador del Premio Nobel, escritor y gran humanista, Albert Camus, reflexionó: "Cuando la suprema justicia sólo hace vomitar al hombre honesto que se compromete a proteger, parece difícil seguir creyendo que está destinada, como debería ser su función, a proporcionar más paz y orden".

A la preocupación de Camus -quien además se refirió al tema en una de las grandes novelas de la literatura, "El extranjero", llevada al cine por Luchino Visconti, con el rol protagónico de Marcello Mastroianni - se han referido centenares de intelectuales y millones de seres anónimos comprometidos con la vida. Arthur Koestler, cuando en Inglaterra aún se aplicaba la pena de muerte, describió satíricamente: "Gran Bretaña es ese curioso país de Europa donde los autos circulan por la izquierda, donde se mide con pulgadas y yardas, y donde se cuelga a la gente por el cuello hasta producir la muerte". La Ley del Talión, la hoguera, la horca, la decapitación por el hacha, la espada y la guillotina (que fue inventada para hacer sufrir menos al reo) , la inyección letal, el fusilamiento, la cámara de gas, el garrote vil, los métodos de todo tipo y horror forman parte de la historia del mundo desde hace miles de años hasta la actualidad, y así lo hacen en los Estados Unidos, las naciones teocráticas que ejecutan a las mujeres por "el delito" de adulterio o las milicias de ISIS, todos filosóficamente unificados por este espanto.

Syd Dernley (sobre quién escribiremos en una próxima columna) fue el último verdugo del Reino Unido, que ejecutó su meticulosa profesión durante 41 años. Este nostálgico que, ya jubilado y hasta su muerte jugaba con un patíbulo en miniatura, llegó a escribir en sus memorias: "Había gente que me ofrecía dinero para poder asistir a una ejecución. Eso sí que es sadismo. Como no podían matar ellos, querían ver cómo lo hacía otra persona". Personalmente he escrito mucho más de lo que quisiera sobre la pena de muerte. Te juro que esta confesión es una de las que más me impresionan. Aunque en la Argentina las dictaduras han aplicado la pena de muerte ilegal e inconstitucionalmente, esta sanción no existe sobre ningún reo, ni siquiera para los militares traidores a la Patria desde que fue abolido el Código de Justicia Militar. La pena -que en nuestro país tuvo muchas excepciones legales en el siglo XIX- ya no existe desde 1916, justo el año en el que comenzó a aplicarse el voto universal, secreto y obligatorio para todos los ciudadanos, del que salió electo Hipólito Yrigoyen.

Aquellos que la piden deben considerar que la pena capital es un insulto a la condición humana, y esto lo señalo para que no salten quienes no le dan crédito a las palabras del Papa Francisco recientemente pronunciadas en el Capitolio por venir de una religión en la que no creen. "Cada vez que se alude a este escarmiento, la humanidad retrocede en cuatro patas", escribió María Elena Walsh cuando muchos lo pedían. Legisladores y políticos, la sociedad toda, debe trabajar en castigos que no inviten a escuadrones de la muerte ni a la "justicia por mano propia" a saldar lo que el Estado no hace con leyes que le provocan risa a los criminales y son una invitación para seguir delinquiendo. Claro que para eso hace falta interesarse. En próximas columnas me referiré a quienes, para colmo, han atravesado el corredor de la muerte hasta la sala de ejecución siendo inocentes. Por eso, en lo que mí respecta, este tema continuará.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)

La mujer en el arte callejero









Otra vez sopa

Chocolate Suchard, 1952

01 octubre 2015

Cualquier motivo sirve para recordar a Truman Capote

TRUMAN CAPOTE EN LA CELEBRE FOTO
DE HENRI CARTIER-BRESSON, DE 1947.
Por Humberto Acciarressi

Hay quienes para escribir sobre alguien esperan algún dato especial de su biografía. A veces es necesario e incluso importante. En ocasiones es ocioso. En mi caso, no soy fanático de las efemérides, aunque en ciertas oportunidades sirven de ayuda-memoria. Durante esta jornada, en las redes sociales se han mencionado varios nombres vinculados con el 30 de septiembre. Cuando observé el de Truman Capote nacido en esa fecha de 1924 me dije ¿por qué no? Especialmente dado que hace rato que no le dedico unas líneas a uno de los escritores más brillantes del siglo XX y, además, maestro impar del periodismo. Desde los tiempos en que casi un adolescente escribió "Otras voces, otros ámbitos" y posó con cara de enfant terrible para Cartier-Bresson, hasta que le gritó al mundo "soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio", el escritor comenzó a plantar las semillas de la "capotemanía" que estallaría después de su muerte, en agosto de 1984.

Muchas veces he pensado sí Dalí, de tanto fingir que estaba loco, no terminó sus días creyéndose un caracol por haber sido devorado por su personaje. Es decir, Dalí -un genio- fue trabajando su locura hasta hacerla real. Con Capote pasó algo inverso: siempre trató de guardar las formas, pero su costado más excéntrico -no demencial, como el del catalán- llegó a ocupar el todo. Quiso "portarse bien" y fue ganado por el escándalo. Y cuando probó el plato, le gustó y siguió de mil formas (basta leer sus cartas y las biografías escritas sobre él). Como periodista, Capote entrevistó o se codeó con los personajes más célebres de su tiempo (los reportajes a su amiga Marilyn Monroe y al malhumorado Marlon Brando, a quien hizo confesar su homosexualidad, son memorables), y algunos de ellos fueron minuciosa y cruelmente desmenuzados por su pluma. Así arrojó por la borda la supuesta virilidad de Errol Flynn al confesar que había sido su amante; o manifestó que "Jane Fonda es para vomitar"; o dedujo que "Robert De Niro es el hombre invisible, ya que no existe"; o confesó: "Meryl Streep me fastidia porque parece un pollo" (y es verdad, añado yo, la gran actriz parece un pollo).

Entre otras anécdotas - mientras escribía sus obras maestras literarias y el alcohol y las drogas lo llevaban de la melancolía a las clínicas de rehabilitación- se encuentra cuando la revista Rolling Stone lo mandó a cubrir la gira norteamericana de los Stones en la que los británicos promocionaron su placa "Exile on Main St". El escritor, por ese tiempo ya célebre, fue acompañado por la escritora Lee Radziwill, esposa de un príncipe polaco y hermana menor de Jacqueline Bouvier, es decir Jackie Kennedy, viuda del presidente asesinado en Dallas casi una década antes. Capote, para no andar con vueltas ni justificativos, no se bancó a los Rolling. No sólo escribió pestes sobre ellos, sino que abandonó la gira en Nueva Orleans con finas pero feroces ironías. Y así siguió su vida, con su genio, su sombrero Stetson, el moño y los anteojos negros. En 1978 llegó a anunciar su suicidio en cámaras, que para desgracia de muchos no cumplió.

En cuanto a su labor literaria y periodística, no está mal detenerse en "Desayuno en Tiffany". "Otras voces, otros ámbitos", "Música para camaleones" y otras. Pero la obra maestra del siglo XX, "A sangre fría", con la que creó la "non fiction novel", es un libro al que deberían prestarle más atención los jóvenes periodistas y/o escritores. Más de 200 veces visitó Capote a Perry Smith en su celda (condenado a muerte junto a Dick Hickock) para escribir el relato más estremecedor -junto con "El extranjero" de Albert Camus- sobre la pena capital. Es verdad que Truman era un loco lindo, como decimos los argentinos, pero lo fundamental es que fue uno de los exponentes literarios más genuinos del siglo. Y su obra, más que deudora, fue acreedora de otras posteriores. Por mal que le caiga a los seguidores de Norman Mailer, que criticó duramente "A sangre fría" y después siguió los mismos pasos con "La canción del verdugo". Cuando su anfitriona en Los Angeles lo encontró muerto en su cuarto, Capote estaba corrigiendo páginas de "Plegarias atendidas", el libro que abre con una frase de Santa Teresa: "Se han derramado más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que quedaron sin respuesta". Tal cual.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)

TRUMAN CAPOTE BAILANDO CON
SU AMIGA MARILYN MONROE
TRUMAN CON EL ASESINO PERRY SMITH

Existe el crimen perfecto: matar manejando un auto


Por Humberto Acciarressi

Al momento de escribir estas líneas, un nene de once años lucha por su vida en un hospital de La Plata. Su nombre es Kevin, pero podría ser cualquier otro. Su historia, como en uno de los círculos infernales de Dante, se repite hasta el infinito en una Argentina en la que los accidentes (perdón, los crímenes) viales están entre los primeros del planeta. El chico -ahora conectado a un respirador artificial y con severo traumatismo de cráneo- fue atropellado por un tipo de 31 años, que luego del hecho aceleró, escapó y escondió su coche debajo de una lona. Para colmo, el vehículo no tenía los papeles en regla, carecía de seguro, no tenía la verificación técnica (la famosa "vtv") y la cédula verde se encontraba vencida. Quizás por uno de esos "errores" que a veces se cometen, el sujeto fue apresado. Pero no te preocupés, el hecho fue subsanado. Estuvo en la comisaría un rato y ya está en su casa.

Todos los días ocurren sucesos similares de acuerdo a los últimos datos de organismos no gubernamentales (los del estado ni tienen cifras). Para la asociación civil Luchemos por la Vida, en estadísticas que llegan hasta enero de este año, los muertos en accidentes de tránsito arriban a los 21 diarios y a los 634 mensuales. Y las mayorías kirchneristas en ambas Cámaras parlamentarias tienen cajoneados varios proyectos, incluyendo uno presentado por las Madres del Dolor que espera el mero tratamiento. Para ser justos, la oposición no realiza mucho más. Este asunto no está en la agenda política. A pesar de que cada vez que alguien muere por este motivo se arma un escándalo mediático, éste rápidamente se pierde en el dolor de una, dos o tres familias que quedan al arbitrio de leyes que profundizan cualquier desgarramiento.

Y basta recordar lo arbitrario de la Justicia en esta materia con el reciente caso de Lucas Trasancos, el criminal que mató a dos jóvenes (Jacobo Ramos y Viviana Alvarez, de 21 y 25 años respectivamente) que cruzaban en moto, con casco y luz verde la avenida Rivadavia, con su Audi TT que venía pasando semáforos en rojo y a 170 kilómetros por hora. Los jueces del Tribunal Oral Criminal 7 no hicieron caso al pedido de la querella de 25 años de prisión por homicidio simple por dolo eventual y asumieron que Trasancos -que además manejaba drogado- fuera condenado por el delito de homicidio culposo agravado por la conducción antirreglamentaria. Dicho en criollo, le bajaron la pena a cuatro años y el asesino se fue a su casa tranquilo y salió por la puerta de atrás con los jueces del tribunal.

Y así convivimos con asesinos viales que esperan el proceso en libertad, que luego reciben la menor de las penas, y para colmo pueden seguir conduciendo. No hace mucho escribimos que entre 1990 y 2012, en España los muertos en accidentes de tránsito disminuyeron en un 79%, en Suecia un 63%, en Holanda un 59%, en Estados Unidos un 25%. Mientras, en la Argentina, la cifra de disminución es patética: 0%. Ni al menemismo ni al kirchnerismo les interesó hacer algo en la materia. Con casi 8.000 muertos por año, y más de 120.000 heridos anuales de distinto grado, será muy difícil introducir en "el relato" algún logro en la materia. De hecho, además de los conductores criminales, hay centenares de rutas argentinas en las que no debería transitar ni un monopatín y no sólo lo hacen autos y camiones, sino micros de corta y larga distancia repletos de gente. Me gustaría que no ocurriera así, pero supongo que no será la última vez que voy a escribir sobre esta cuestión.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)