26 diciembre 2015

La triste historia de la melancólica Betty Boop


Por Humberto Acciarressi

Muchos creen que fue real. Algunos aseguran que con sus ojos enormes, sus pestañas movedizas, su voz sugestiva y su pollera cortita aún sigue escandalizando a quienes la prohiben en países en donde las mujeres sobreviven como pueden. No hay que olvidar, en todo caso, que algo similar sucedió cuando apareció en las pantallas el 9 de agosto de 1930, al ritmo de las músicas de Cab Calloway, Don Redman y Louis Armstrong. Había nacido en los estudios de Max Fleischer, tal vez inspirada en estrellas de carne y hueso como Mae West o Claudette Colbert. Su infancia fue muy triste porque tuvo padre – Myron Natwick-, pero careció de madre. Hay que agregar que el primero tuvo el mal gusto de sobrevivirla medio siglo, ya que el dibujante murió a los cien años en 1990.

Lo cierto es que la Boop -así se le decía- fue una rebelde desde que apareció en “Dizzy Dishes”, donde era una especie de mujer-perra que erotizaba los instintos caninos del astro Bimbo, un perro humanizado. Un verdadero delirio para la época. No pasó mucho tiempo para convertirse en la Betty tradicional, con la melenita corta, la boca con forma de corazón y el cuerpito insinuante. Fue tal su fama, que la cantante Helen Kane (¿?) le entabló una demanda por… ¡apropiación ilegítima de personalidad!. La chica siempre fue acosada por pretendientes de toda laya, pero con un único interés: pasar una buena noche en su compañía. En el dibujo nunca pasaba nada, pero a ningún televidente se le escapaba que todo “ocurría” al finalizar el episodio. Eran verdaderas tiras con final abierto. Los puritanos norteamericanos la toleraron cuatro años y cuando inventaron el Código Hays para la censura, una de las primeras víctimas fue Betty Boop. La piba sexy sufrió un duro golpe en 1934, cuando los censores alargaron sus faldas y la convirtieron en una boba.

Sus devaluadas andanzas llegaron a los cien cortos (de uno de ellos surgió Popeye) y la Boop se murió irremediablemente en 1939, cuando comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Su “boop-boop-a-doop” se perdió en el tiempo. Décadas más tarde, en 1984, el dibujante Bill Menéndez la revivió para un especial de televisión de media hora de la CBS. La última vez que se la vio estaba triste, batiendo con nostalgia sus pestañas. Fue en la película “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”, donde se enamoraba vanamente del protagonista. La verdad es que fue una pobre mujercita de tinta, soñada y soñadora, obligada a ser acosada hasta la eternidad por esos idiotas odiosos y envidiados. En esta Navidad, una lágrima por ella.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)