Sobre su nacimiento en San Pablo se barajan varias fechas: 1900 dice Couselo, 1902 añade Gobello, 1904 sostenía Ferrer. Hay algo, sin embargo, sobre lo que no hay dudas: el poeta Alfredo Le Pera se consumió entre las llamas del mismo avión en el que se mató Carlos Gardel, el 24 de junio de 1935 en el aeropuerto colombiano de Medellín. El asunto es que el chico se vino a Buenos Aires, estudió acá, jugó a la pelota y a otros juegos en el barrio porteño de San Cristobal, y ya adolescente se enamoró y se dedicó al periodismo y a las letras. Casi nadie sabe que Le Pera, por esos años, integró una sociedad secreta llamada La Siringa, liderada por José Ingenieros, que reunía a personajes talentosos con el único fin de burlarse de los solemnes de la cultura de la época.
Era pedante, melancólico y a veces antipático, y una vez cometió un error que lo haría famoso: se burló de un cantor de moda llamado Carlos Gardel. Al día siguiente, el periodista vio entrar por la puerta al Zorzal, que ya era famoso por ser amigo de todos, dispuesto a agarrarlo a trompadas. Cuentan que si no lo frenaban, el Morocho del Abasto le llenaba la cara de dedos al poeta sarcástico. Pasaron dos años, y ambos volvieron a encontrarse en Paris. Para entonces, Le Pera había escrito guiones teatrales, poesías, trabajaba en "El Mundo" y había aceptado un contrato de la Paramount para traducir subtítulos en francés.
Esta vez no hubo bronca sino amistad, y para colmo, el poeta ya había compuesto en colaboración con Enrique Santois Discépolo la letra de "Carrillón de la Merced" y estaba entusiasmado con la música de los arrabales que cultivaba Carlitos, y que gracias a éste llegaba a las grandes ciudades del mundo. En pocos años -en rigor entre 1931 y 1935- Le Pera trabajó libros y guiones de las películas de Gardel, y compuso junto al cantor temas como "Volvió una noche", "Por una cabeza", "Arrabal amargo", "Sus ojos se cerraron", "El día que me quieras", "Soledad", "Rubias de New York", "Cuesta abajo", "Golondrinas" y muchos etcéteras. Las películas filmadas en Francia y en los Estados Unidos lo metieron en la vorágine de su compañero célebre. Ya los griegos habían enseñado que ir a la saga de un hombre destinado a entrar en la mitología es peligroso.
Según los sobrevivientes, Gardel, que odiaba viajar en avión, preguntó temeroso a las tres de la tarde del aciago 24 de junio de 1935: "Che, piloto, ¿qué pasa?". A unos metros suyos, también inquieto, estaba Alfredo Le Pera. Unos segundos más tarde, ambos sellaron con la muerte una sociedad que trascendió las llamas de Medellín, se metió en los vericuetos del tiempos, y se instaló para siempre en el corazón de los amantes del tango y la porteñidad. Si alguien me preguntara que significó, antes de la tragedia de los años 30, la firma Gardel-Le Pera, sólo se me ocurriría pensar en lo que fue, treinta años después del accidente, la dupla Lennon-McCartney.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)