Por Humberto Acciarressi
"Te espero en la rotonda de Firestone a las 10 de la noche. Vení bañada". Una frase de este tipo, escrita en un muro de Facebook, puede llevar de cabeza al divorcio del comentarista o del comentado, si creemos a un estudio realizado en Gran Bretaña. Nada menos que un 20% de las separaciones conyugales se deben a eso, aseguran los investigadores, aunque tal vez con más scotch que el recomendado en sus venas. Y la regla la aplican a Twitter y MySpace.
Más allá de las fantasías virtuales y la credibilidad de una investigación focalizada a un área limitada y a un número escaso de usuarios de redes sociales (sólamente FB tiene 350 millones a escala planetaria), no embromen: se separan quienes tienen que hacerlo, aunque la excusa sea que X se lava mal los dientes o que Z le dedica mucho tiempo al perro. Facebook, Twitter y compañía, apenas muestran que otros mundos -así sean virtuales- están allí, al alcance del teclado. Y en ese sentido desnudan carencias de millones.
Echarle la culpa a las redes sociales es casi tan básico como cargar contra la ley de gravedad porque un tipo saltó de un piso 20 y terminó convertido en ketchup en la vereda. "Mi marido nos golpea a mí, a los chicos y al gato, dice que me odia y yo lo detesto, cuando sale me ata al pie de la cama con una cadena, y yo espero que haga efecto el veneno que le voy poniendo en el café, pero me quiero divorciar porque está en Facebook". Si alguien confiesa honradamente eso en un estrado judicial, que me diga dónde quiere el monumento.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)