Por Humberto Acciarressi
Si algo faltaba para que la inseguridad llegara a límites de pesadilla, era la aparición de corsarios en las aguas del Río de la Plata. Lejos del encanto marítimo de las andanzas de los piratas reales o imaginarios (con loro o sin loro, pero siempre en aguas profundas y de colores de maravilla), un par de "acuachorros" asaltaron a dos empresarios que navegaban por el Río de la Plata, a la altura del partido de Quilmes. No lo hicieron con una nave a vela y la inconfundible bandera pirata de la calavera con las tibias cruzadas, sino en una moderna moto de agua, bastante efectiva a los fines propuestos. Tuvieron, eso así, una gentileza digna de los viejos corsarios: antes de tirar al agua a los asaltados, los munieron de sendos chalecos salvavidas. El metro cincuenta de profundidad a 350 metros de la costa no lo hubiera requerido, pero una atención es una atención.
Lo que queda claro es que el Mapa de la Inseguridad de Francisco de Narváez resulta insuficiente, a menos que incorpore en el mismo el área comprendida por la plataforma submarina argentina. Los robos ya no tienen escenarios excluyentes, incluso si se considera que los "hombres-araña" trepan paredes. El aire está en duda, pero se desconoce la última palabra en la materia. En lo que hace a los piratas, siempre quedaría la posibilidad de recurrir a Aquaman, aquel superhéroe de la D.C. Comics creado por Paul Norris y Mort Weisinger. Aunque claro: el problema es que no existe.
(Publicado en "La columna del editor" en La Razón de Buenos Aires)
Si algo faltaba para que la inseguridad llegara a límites de pesadilla, era la aparición de corsarios en las aguas del Río de la Plata. Lejos del encanto marítimo de las andanzas de los piratas reales o imaginarios (con loro o sin loro, pero siempre en aguas profundas y de colores de maravilla), un par de "acuachorros" asaltaron a dos empresarios que navegaban por el Río de la Plata, a la altura del partido de Quilmes. No lo hicieron con una nave a vela y la inconfundible bandera pirata de la calavera con las tibias cruzadas, sino en una moderna moto de agua, bastante efectiva a los fines propuestos. Tuvieron, eso así, una gentileza digna de los viejos corsarios: antes de tirar al agua a los asaltados, los munieron de sendos chalecos salvavidas. El metro cincuenta de profundidad a 350 metros de la costa no lo hubiera requerido, pero una atención es una atención.
Lo que queda claro es que el Mapa de la Inseguridad de Francisco de Narváez resulta insuficiente, a menos que incorpore en el mismo el área comprendida por la plataforma submarina argentina. Los robos ya no tienen escenarios excluyentes, incluso si se considera que los "hombres-araña" trepan paredes. El aire está en duda, pero se desconoce la última palabra en la materia. En lo que hace a los piratas, siempre quedaría la posibilidad de recurrir a Aquaman, aquel superhéroe de la D.C. Comics creado por Paul Norris y Mort Weisinger. Aunque claro: el problema es que no existe.
(Publicado en "La columna del editor" en La Razón de Buenos Aires)