Por Humberto Acciarressi
En un boliche de la calle Lavalle, donde se venden remeras con leyendas de todo tipo, hace un tiempo se conseguía una con una inscripción abismal: "Haga patria. Mate a un flogger". Respuesta inducida por el fabricante de remeras, a otra que rezaba con idéntico salvajismo: "Haga patria. Mate a un emo". Con remera o sin remera, un adolescente de 16 años, en Córdoba, acaba de ser asesinado a patadas en el piso, por vestir como flogger, por ser un flogger.
Su nombre, Guillermo Cáceres, pronto será olvidado por todos, salvo por sus familiares y amigos. Una de las últimas imágenes de su fotolog (en la Argentina hay cinco millones de usuarios), lo muestra abrazado con un amigo y un río de fondo. Como muchas otras cosas, la moda flogger se originó en la Argentina. Las tribus urbanas no nacieron acá, pero cunden en nuestras ciudades con sus símbolos de pertenencia.
Ahora, el mártir fue un joven a quien una moda (lo más efímero de lo efímero) lo llevó a la muerte. Los verdugos, no menos de ocho que lo patearon hasta matarlo. En la película "Sin rastros", un cyberasesino pone a sus víctimas a expensas del público en un site. Aunque cada vez que alguien entra acelera la muerte de la persona, eso no detiene a los espectadores, que ingresan para ver el crimen en directo. A veces, la compra de una remera, como ir al sitio de un asesino, no es tan inocente como parece. Y entre una inscripción en una remera y una muerte puede haber un paso.
(Publicado en "La columna del editor" de La Razón de Buenos Aires)