Su madre tenía 19 años cuando en 1927 empezó a trabajar como ayudante en el laboratorio de Pavlov, quien entonces tenía 77 y trabajaba en su conocida teoría sobre los reflejos condicionados de los perros. Ambos se enamoraron, empezaron a vivir juntos, y seis años más tarde nació Valentina, pero su madre guardó el secreto durante toda la vida y sólo antes de morir, hace dos décadas, reveló a su hija quién había sido su padre.
Fue entonces cuando Valentina vendió su piso en el centro de San Petersburgo, compró una casucha con una pequeña parcela en el poblado Kirovets, a cuarenta kilómetros de la ciudad, y se dedicó a recoger y a curar a animales abandonados, enfermos y heridos. Llegó a albergar a unos sesenta perros, cuarenta gatos y una veintena de pájaros y aves de corral. Estuvo casada dos veces. "Por los perros -declaró hace un año- he renunciado a mi vida familiar".