Entre su nacimiento en Buenos Aires y su suicidio en la misma ciudad en septiembre de 1972, fue la artífice de una de las poesías más conmovedoras de nuestra literatura y de una vida cargada de sinsabores, tristezas y angustias que la condujeron lentamente a su fin. La muerte por mano propia de Alejandra Pizarnik, sus largos períodos de extravagancias y depresiones,ciertos ritos que ella urdía y consumaba con entusiasmo,generaron en la posteridad una leyenda que por momentos fue más grande que su obra. Basta un ejemplo: sus libros son casi imposibles de conseguir y los estudios sobre sus poemas, si bien hay unos cuántos, no alcanzan ni a un mínimo porcentaje de lo que se ha escrito sobre escritores menores que ella. Y como si fuera poco, en esta exposición del libro que que concluye en Buenos Aires, sus escritos no estuvieron en ningún stand, y apenas en el local de Corregidor podía encontrarse “La disolución en la obra de Alejandra Pizarnik ” de Ana María Rodriguez Francia. Caso curioso e injusto, tratándose de una de las más grandes poetas que ha dado este continente.
Alejandra Pizarnik nació el 29 de abril de 1936. Los datos enciclopédicos precisan que estudió Filosofía y Letras en la UBA, pintura con Juan Batlle Planas, y que entre 1960 y 1964 vivió en la casi obligada Paris, con su tiempo matizado con cursadas en la Sorbona. Sus colaboraciones con algunas editoriales francesas, sus traducciones de autores como Michaux y Artaud, y la escritura entonces subrepticia de sus poemas, también deberían formar parte de un detalle sobre lo que fue su vida,una de las más enigmáticas de las letras locales. En 1964, la propia Alejandra definió su obra como "una escritura densa y llena de peligros a causa de su diafanidad excesiva".
Pero,¿quién es en realidad quien escribe esas líneas? Una mujer desesperada que busca refugio en la palabra,la forjadora de su propio mito, la joven que cautivaba con su conversación, la afiebrada que escribe sin parar casi veinte horas diarias, o la suma de cada una de estas piezas de un rompecabezas que nunca terminó de armarse, César Aira la distingue como el último lujo de la literatura argentina. Sin embargo, y tal vez no haya contrasentido, la define como una niña eterna, torturada por el insomnio y el miedo a la locura. Alejandra Pizarnik escribió en todas partes, pero publicó seis libros en nuestro país: "La última inocencia" de 1956, "Las aventuras perdidas" de 1958, "Arbol de Diana" de 1962, "Los trabajos y las noches" de 1965, "Extracción de la piedra de la locura" de 1968 y "El infierno musical" de 1971.
Póstumanente salieron "Textos de sombra y últimos poemas", con artículos de revistas y poemas inéditos. Deben agregarse,naturalmente,"La condesa sangrienta", un texto poético narrativo sobre Erzsébet Báthory, mujer demente y personaje criminal, sobre quien Valentine Penrose había publicado poco antes un libro con el mismo título. El 25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik aceleró el trámite de su muerte con una sobredosis intencional de seconal. Un tiempo antes había escrito "Mi persona está herida. Mi primera persona del singular". La herida, cuando fue en busca de la disolución final, ya era irreversible. Los años alimentaron su leyenda, pero por suerte no alcanzaron a diluir su obra. Aunque conseguir sus libros siga siendo tan injustamente difícil...
(Publicado en el Diario Oficial de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires)