Podría ocurrir que alguien, en algún momento, me hiciera una pregunta sorpresiva y en apariencia insólita. Veamos.
Si alguien me preguntara que distancia existe entre, por ejemplo, una ciudad de Panamá y otra de México, lo primero que se me ocurriría sería remitir su inquietud a un mapa, a menos -claro- que hubiera un cartógrafo en las cercanías. Admitamos, sin embargo, que tal prodigio no suele ocurrir todos los días. Frente a esto, más banalmente, le recomendaría a esa persona escribir en el buscador del Google algo así como: "La distancia entre Panamá y el DF de México es...". Y, obviamente, sugeriría esperar la cifra reveladora. Resignado a ofrecer como solución un dato exacto aunque huérfano de poesía, seguramente me quedaría rumiando mi descontento.
Más tarde, ya sin esa persona presente y con su inquietud satisfecha, tal vez se me ocurriría que la respuesta justa estaba al alcance de mi intelecto y no había sido pronunciada. Y que el diálogo debería haber sido más o menos así:
Pregunta: "¿Qué distancia existirá (por ejemplo) entre Panamá y el Distrito Federal de México?"
Respuesta:"Exactamente aquella que uno esté dispuesto a recorrer para encontrar lo que busca. Ni un metro más, pero tampoco un metro menos".
Debe ser porque sospecho que cuando el sistema métrico se mezcla con otras cosas, por ejemplo los sentimientos y las emociones, no hay márgenes para los errores. Aunque todo esto permanezca en el plano de lo teórico, dado que el buscador de Google parece ofrecer - en los tiempos que corren - mejores respuestas para todo tipo de preguntas. Mal que nos pese a algunos de nosotros, la distancia entre Panamá y el DF mexicano es de 2419 kilómetros.
Y el resto, como decía Gustave Flaubert, es literatura. Por suerte.